Alberto Stocklin - "Un hacedor silencioso"

Su historia

Existen personas que alcanzan cúspides de ejemplaridad por su labor comprometida, incondicional y silenciosa, que las transportan a un plano superlativo –de nobleza y altruismo– que excede los límites del deporte. Sus acciones suelen derramar generosidad y beneficios en toda una comunidad. Actúan en silencio. Hacen, corrigen, reformulan. Vuelven a ejecutar. Su satisfacción no la encuentran en el aplauso del resto, sino en el trabajo finalizado y el aporte social perpetrado.

Este es el caso de Alberto Stocklin, alias, “el Beto” o “el Gordo”. Nació el 28 de diciembre de 1958 en Bauer y Sigel. Sus padres: Federico Vacilio Stocklin y Fiorina Novara. Cuando llegó a este mundo vivió en la zona rural de Bauer y Sigel. Allí, desde muy pequeño, mientras ordeñaba vacas junto a sus padres, afirmaba con vehemencia: “ni loco me voy a vivir al pueblo”. A los 19 años enfermó su padre y tuvo que hacerse cargo del trabajo de campo, con la ayuda de su sobrino de tan sólo 13 años. Aproximadamente ocho meses después, fallece su padre y la familia decide irse a vivir a Freyre –aunque a él no le gustaba la idea–. Con 20 años cumplidos, comenzó a trabajar en Manfrey. Las agujas fueron dando vueltas al reloj, y la vida lo enfrentó a adversidades pero también a momentos repletos de alegría. Hoy, con el tiempo transcurrido, y pudiendo observar la vida con la perspectiva que aporta el paso del tiempo, es posible escuchar a Beto expresar que no volvería al campo. Esto obedece, quizás, a los vínculos que pudo forjar en Freyre, en general, y con el deporte, en particular. Amante del fútbol, de chico siempre andaba con una pelota bajo el brazo. Hincha de River hasta la médula. Pasa horas escuchando la previa de cada partido del Millonario y, después de la contienda, participa en los debates que se suscitan en los bares, para analizar la performance de cada jugador y discutir las jugadas polémicas.

En sus años de juventud, descubrió que podía ser un gran atajador de penales. Se convirtió, sin proponérselo, en una de las personas más ganadoras de campeonatos de penales de toda la región. Una anécdota que cuenta Rudy Cerutti de modo inmejorable, lo pinta de cuerpo entero. El episodio tuvo lugar hace más de 25 años y tuvo como protagonistas a Alberto Stocklin y a Juan Carlos Comba –para muchos, el mejor lejos, de los torneos de penales de la zona–. Trataré de plasmar la anécdota en estas líneas. Una noche, Comba llegó a una localidad de la provincia de Santa Fe para participar de una de las fechas del campeonato de penales que allí se disputaba. Al advertir su presencia, nadie se inscribía porque era casi imposible ganarle. Entonces a un miembro de la comisión organizadora se le ocurrió decirle (a Comba): “te dejamos jugar pero con la condición que juegues con ese gordito de arquero”. El gordito en cuestión, era nada más y nada menos que Alberto Stocklin, que había viajado hasta allí para interiorizarse sobre los campeonatos de penales. Cuando finalizó la jornada, las risas jocosas cedieron lugar al respeto, porque esa noche “el gordito” se atajó todo y se convirtió poco a poco y a partir de ese instante, en uno de los mejores arqueros de los penales de la toda la zona. Alberto analizaba a cada pateador –como lo hacía Sergio Goycochea en el mundial de Italia 1990–. Los estudiaba con precisión matemática: observaba cómo caminaban, dónde miraban, a qué distancia se paraban de la pelota, cuántos penales pateaban con furia y cuántos a colocar, si le pegaban con la cara interna del pie o con el empeine. Anotaba absolutamente cada detalle en su mente. Poco a poco, y jornada tras jornada fue posicionando su nombre en los arcos de la zona. Cuándo los jugadores llegaban para inscribirse en los campeonatos, preguntaban si “el Gordo” Stocklin estaba entre los participantes, síntoma del respeto ganado.

Junto a Juan Carlos Comba, Oscar Gaviglio, Horacio Binner, Horacio Sufía, Javier Bruno, Enrique Bianciotti, entre otros, se cansó de ganar campeonatos. Pero su perfeccionismo hizo que su interés por los penales no se quedara en la práctica deportiva. Alberto empezó a interiorizarse en las modalidades de organización de los Torneos de Penales, y posteriormente colgó los guantes de arquero y se convirtió en organizador magistral de estos eventos. Fue pionero en Freyre desarrollando el campeonato de penales. Con la subcomisión de Bochas del Club Atlético 9 de Julio Olímpico realizaron por años, el más concurrido Campeonato de Penales que convocaba a personas del este de Córdoba y el oeste de Santa Fe. La concurrencia era estable. El frío, el calor u otros eventos no disminuían la cantidad de los presentes. La garantía de que el torneo estaría bien organizado y nada fallaría, era el nombre Alberto Stocklin. Los participantes se inscribían tranquilos porque sabían que el responsable era digno de confianza.

Pero el Beto, no sólo sabe de guantes, atajadas, voladas y pelotazos. Un día decidió incursionar en el terreno de las bochas. Se federó; sacó su estampilla; se calzó los blancos y ganó varios torneos. Llegó a jugar en la Segunda Categoría. Con el tiempo, un problema en sus rodillas le impidió continuar con la práctica de este deporte. No obstante, nunca se alejó de este universo. Su rol como deportista lo reemplazó rápidamente por el de colaborador y dirigente, llegando a ser Presidente de la Subcomisión de Bochas del Club 9 de julio Olímpico en el año 2014 (fue quien sucedió en el cargo a Luis Alberto “Tatinga” Caporali). Alberto “El Gordo” Stocklin colabora desde diversos espacios con el deporte y tiene relación directa con varias actividades. Integró varias comisiones y desde hace un par de años, descubrió una nueva pasión: las carreras de caballos. Tiene una yegua a la que cuida y atiende como a una hija. Se llama Berny. La alimenta y la entrena. Es una yegua ganadora, se la quisieron comprar por mucho dinero, pero él no la vende, argumentando que en la vida no pasa todo por los billetes, y que hay cuestiones más valiosas. Beto viaja con ella a todas las carreras, sin importar la distancia, ni el estado del tiempo. Es su modo de distracción, su cable a tierra. Los caballos de trote, llamaron su atención y lo atraparon profundamente. Profundizó mucho los conocimientos sobre esta disciplina deportiva y es tal la magnitud de felicidad que sus animales le confieren, que cuando habla de este tema, menciona a Barullo y a Bianca (sus caballos de Trote) como los mejores del mundo.

Una cuestión que merece ser resaltada con énfasis, es la importancia que Beto le asigna a los principios y valores en la vida. Para él, lo principal en el deporte, como jugador, organizador y dirigente, es la honestidad. Este es un principio inquebrantable, que defiende a capa y espada. “Sin honestidad, no hay nada”, afirma Beto. La justicia es otro valor muy presente en su escala de valores. Siempre quiere hacer las cosas bien, y que las decisiones y acciones que se adopten sean justas para todos.

El “Gordo” Stocklin es una persona familiera y de muchos amigos. Siempre tiene una invitación de algún amigo para compartir un asadito. Sus amigos cuentan que es un desafío para ellos, cocinar para Beto, ya que es un excelente asador –habilidad que confirmó en los más de los mil doscientos sesenta asados que realizó, para cooperar con distintas instituciones locales.

En un mundo caracterizado por la velocidad vertiginosa con la que se vive, y la consiguiente fluctuación de las emociones en el humor social, a Beto nunca se lo ve de mal humor. Es posible escuchar sus silbidos cuando llega a algún lugar, acompañando su tranquilo caminar y su mesura para hablar. En tiempos donde nadie escucha a nadie, Beto marca diferencia oyendo y respetando las opiniones de los demás y expresando su visión. Tal vez esto sea un lindo ejemplo de civilidad, digno de imitar dentro y fuera de los terrenos deportivos. También es posible verlo rondar por la cancha de básquet, siempre dispuesto para contribuir con quien lo necesite. En síntesis, donde haya deporte, el Beto estará, alentando y cooperando desde distintos roles, pero firme, convencido de que el deporte es una gran medicina contra muchos problemas sociales. Para Beto, el elemento rector en la vida y en el deporte, no es el triunfo, sino el proceso de formación que se recorre. En otras palabras, lo importante son los valores y los principios que allí se adquieren para afrontar la vida. Beto es un utopista por concepción, que sueña con bienestar colectivo y que por convicción, no teme a ejecutar lo que sea necesario para hacer real sus sueños en pos de deportistas y organizaciones sociales que más necesiten contribución.

En los bares, en el club y en eventos sociales diversos, hay frases que se repiten toda vez que se habla de Alberto Stocklin. Algunas de ellas son: “el Gordo es buen tipo”; “Siempre está dispuesto a dar una mano”; “Colabora en silencio”, “Siempre tiene buena onda”. Ganarse el respeto y el afecto de un pueblo, requiere conducta, constancia y coherencia. Beto se caracteriza por hacer en silencio, sin esperar aplausos estruendosos. Experimenta el placer de hacer por hacer, sin esperar ninguna contraprestación. Rudy Cerutti expresó: “Alberto siempre tiene un consejo, y lo que él cree saber, lo comparte, no se lo guarda”. Beto considera que el éxito es relativo y que, en muchas ocasiones, es un gran impostor que suele generar fuertes dolores de cabeza a quienes dejan seducirse por él. Por esta razón, considera valioso la formación de los deportistas, para que sean buenas personas primero, y buenos deportistas como complemento. Los años le enseñaron que la victoria suele intoxicar porque evita la reflexión y hace pasar por alto los errores cometidos. La derrota, en cambio, enseña, interpela y promueve la introversión, permitiendo que las personas puedan convertirse en una mejor versión de sí mismas.

Los freyrenses reconocen en Beto, un vecino solidario que hizo mucho por el deporte y que no sabe de trampas, ventajas, ni engaños. Las evidencias de sus gestos altruistas abundan en cada institución con la que se vinculó. Por esta razón, es un deber ponerle luz a su caminar, para que se multiplique la solidaridad en otros corazones. Por lo pronto, en lo inmediato, corresponde decir: gracias ALBERTO STOCKLIN por preocuparte y ocuparte de forjar presente y sembrar futuro en Freyre, contribuyendo con el deporte y con las instituciones locales.

Felicitaciones, tu nombre ya está bien presente en la memoria colectiva y se hospeda también en el Museo Virtual del Deporte de Freyre. ¡Muchas gracias!

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