Edgardo Comoglio - "El mágico"

Su historia

La relación entre el fútbol y la música es imposible de ocultar; aparece en todas partes y florece en cualquier campo de juego. De esto sabe mucho el protagonista de la historia deportiva que hoy recorreremos juntos, disfrutando cada centímetro del viaje. El freyrense que protagoniza este relato, tararea con ganas la letra de una canción de Andrés Calamaro:
Cuando era niño, y conocí el Estadio Azteca
Me quedé duro, me aplastó ver al gigante

Voy a explicar el motivo que conecta a Edgardo Comoglio, el homenajeado de hoy, con esta canción. Toda vez que ingresaba a una cancha de fútbol, Edgardo murmuraba la jugada completa del gol que Diego Maradona le hizo a Inglaterra en el mundial de México 1986, en el mítico estadio Azteca, ante más de 114 mil personas. Pero esto no es todo; antes que el silbato del árbitro indicara el inicio de cada partido en el que participó Edgardo, la voz de Víctor Hugo Morales invadía su mente con este memorable relato: “La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2; Inglaterra 0”. Las palabras del locutor fueron la fuente de inspiración para Edgardo Fernando Comoglio, en cada partido que disputó después del mundial ´86. Ese gol de otro planeta, lo sintió como la venganza por la guerra de Malvinas, como un acto de rebeldía y justicia perpetrado por un país de la periferia contra una potencia central. Tal vez por eso, ese gol de Maradona se convirtió en un recuerdo imborrable para Edgardo y para tantos argentinos…

Edgardo Comoglio nació el 8 de noviembre de 1969 en Freyre, pero vivió en Colonia Anita durante muchos años. Su papá se llamaba Francisco Comoglio y su mamá Margarita Paiaro. Tiene 2 hijos, Camila Comoglio (18 años) y Francisco Comoglio (14 años). Sus hermanos son Estela, Edelveis, Eulalia y Edilberto Comoglio. Es hincha de Boca y maradoniano confeso. Su admiración por Diego Maradona es posible observarla en un hecho concreto que habla por sí mismo: cuando nació su hija Camila, Edgardo quería ponerle los nombres Dalma Gianina, como las hijas del ex capitán y ex Director Técnico de la Selección Argentina.

A Edgardo, el fútbol lo sedujo antes que aprendiera a caminar. Desde entonces, no se separaron. A los ocho años de edad, comenzó a jugar en el Baby Fútbol. A los doce, se fue a jugar a Racing de Córdoba. Llegó a la capital provincial con su bolso lleno de sueños y con la angustia propia de quien deja su hogar y sus amigos a 230 km de distancia. En ese entonces no existían las comunicaciones como las conocemos hoy; no había celulares, whatsapp ni correo electrónico. Todo era más lento. Los encuentros eran cara a cara y la distancia no se gambeteaba tan fácilmente. Edgardo vivía con su hermano Edilberto y su familia en Barrio San Nicolás. Iba al colegio Cristo Rey y venía muy poco a Freyre (una vez por mes). Esta etapa fue muy dura para él, porque extrañaba mucho a su familia, sus amigos y los arcos de las canchas de fútbol de Freyre. También extrañaba los arcos improvisados que se armaban con cualquier objeto en cualquier plaza o baldío. En Racing de Córdoba estuvo tres años y fue parte del plantel que logró el tricampeonato. A los dieciseis años volvió a Freyre para terminar el colegio secundario y debutó en la primera del Club Atlético 9 de Julio Olímpico. La primera vez que se calzó la camiseta del “9”, la alegría y la emoción desbordaron su cuerpo. Su rostro se pintó de celeste y blanco para siempre. Sin dudas, este acontecimiento y el tricampeonato con Racing son hechos importantes para él. Cada vez que los menciona se emociona con la misma intensidad que la primera vez que lo contó.

Veamos juntos las peculiaridades deportivas de este deportista freyrense que dejó huellas, goles y gambetas en muchos campos de juego. El buen traslado de pelota, la técnica, la visión integral del juego y la pegada precisa, hicieron que Edgardo no tuviera un puesto fijo en el campo de juego. Era un jugador polifuncional; jugó de delantero, de volante y también de lateral derecho. Para los entrenadores, era un comodín que podía aportar valor agregado al equipo, desde diferentes roles.

Disculpen lectores, interrumpo el relato y vuelvo a insistir con una idea: hay canciones que las hinchadas las convierten en verdaderos himnos que trascienden fronteras y que también se cantan en la cancha del “9” de Freyre. Edgardo lleva en sus oídos, las voces de los hinchas entonando algunos himnos populares. Recuerda con emoción una versión futbolera de la canción “Te quiero tanto”, de Sergio Denis, que se cantó en estadios de Alemania y que no podía faltar los domingos en Freyre:
Vamos 9, vamos...
Ustedes pongan huevo que ganamos

Verter en palabras escritas la vida deportiva de Edgardo no es una tarea sencilla, por la cantidad de hechos y anécdotas que brotan de cada rincón. Pero hubo un gol en la cancha del 9 de Freyre, que todos los presentes encuadraron en sus corazones. Quien escribe estas líneas también lo atesora como una postal inmortal. Intentaré narrar ese episodio. Era un día de mucho viento. Recuerdo que algunas personas se ubicaban todos los domingos en la mitad de la cancha para verlo de cerca a Edgardo (que en ese momento jugaba de volante por derecha). El campo de juego oficial estaba justo detrás del salón, y la cancha auxiliar estaba detrás del arco que daba al sur –donde aconteció lo que voy a contar–. Edgardo jugaba con la camiseta número 8; recibió un pase de espalda sobre la banda derecha, cerca del mediocampo, giró con pelota dominada, pasó la mitad de la cancha con la cabeza levantada y –con los rulos volando al ritmo del viento–, eludió a un rival que lo perseguía como un perro de caza, y sacó un derechazo impensado para propios y extraños. La pelota voló más de 35 metros y se clavó en el ángulo superior derecho del arco. ¡Gol de Freyre! ¡Golazoooo de Edgardo! Lo gritaron los pibes, los adultos y las mujeres, prendidos al tejido con euforia. El arquero quedó tirado en el césped, derrotado, pidiendo explicaciones al cielo. Los hinchas se abrazon, saltaron y corearon –hasta que se apagaron las gargantas más potentes– el nombre de Edgardo. Los bombos expresaban felicidad y asombro. Los flashes de las viejas cámaras de fotos se agotaron de tanto retratar al héroe de la jornada. Nadie se puede olvidar de semejante golazo. Nadie supo explicar cómo su botín derecho cometió semejante hazaña. Un viejito sabio del fútbol, que se encontraba justo detrás del arco y contempló la jugada desde una perspectiva privilegiada –tomando mates y teniendo un termo bajo el brazo– dijo que era imposible que un humano hiciera ese gol, que se trataba de un acto de magia. Otros responsabilizaron plenamente al talento (en estado puro) de Edgardo. Más allá de las opiniones, lo cierto es que nadie pudo ni podrá suprimir esa foto de su corazón.

Además de los logros deportivos, el protagonista de hoy, logró otras grandes victorias importantes: las amistades y las experiencias vividas gracias al deporte. Edgardo cosechó muchos amigos en toda la zona porque también jugó en Sportivo Belgrano y La Florida de San Francisco (realizando una buena campaña), Defensores de Iturraspe y Colonia Anita (con este equipo se coronó campeón).

Los árbitros que lo dirigieron, lo recuerdan por sus virtudes futbolísticas (superiores a la media) y por una característica muy particular. Afirman, entre risas, que Edgardo poseía dotes actorales. Lo definen, irónicamente, como un artista exclusivo de canal 13. Confiesan que les sorprendía su capacidad para simular y fabricar faltas inexistentes. Lo asemejan con Hernán Díaz, el lateral de River famoso por volar y rodar metros por el césped, sin que ninguna pierna lo hubiera rozado. Los árbitros confiesan también haber caído en la trampa de Edgardo varias veces, algo similar a lo que le sucedió árbitro al árbitro Ali Bennaceur, de Túnez, con “la mano de Dios” de Maradona a los ingleses. Los periodistas de la zona y los hinchas recuerdan a los rivales de Edgardo balbuceando indignados o gritándoles desaforados a los árbitros –con los ojos bien abiertos–: “¿Qué cobrás? Si ni lo toqué. ¡Se tiró!”. Cuando finalizaba el partido y lo cargaban a Edgardo por la simulación excelente, el respondía siempre lo mismo: “para mí fue una falta clarísima”. Esto, sin dudas, es parte del folclore del fútbol.

Pero no todo fue magia ni risas. Las lesiones recurrentes en la rodilla (precisamente en los meñiscos) y en un tobillo, hicieron que tomara la decisión de dejar de jugar al fútbol. Le costó adoptar esta decisión pero con el tiempo la evaluó correcta, ya que el cuerpo le pasaba facturas que le dificultaban entrenar y mantener el estado físico que consideraba necesario para jugar. Edgardo no olvida los momentos vividos con el fútbol y las inmensas alegrías que le obsequió la pelota. Tampoco olvida los colores del “9”; a los que siente suyos por tantas satisfacciones esa camiseta le dio. Cada vez que juega el “9”, va a verlo o lo escucha por radio. Y, vale decirlo, disfruta cada caño, cada gol, y cada atajada con una plácida sonrisa.

Gracias EDGARDO COMOGLIO por los estupendos momentos deportivos que les regalaste a los hinchas del 9 y a todos los corazones futboleros locales. Tu nombre ya tiene su lugar en el Museo Virtual del Deporte de Freyre. ¡Felicitaciones!

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