Hernán Ferrero - "El caballero del fútbol"

Su historia

El protagonista de hoy, Hernán Ferrero, nació el 17 de febrero de 1980, en Freyre. Aprendió a caminar pateando una pelota de plástico azul con ambos pies –destreza que en ese momento pasó inadvertida pero que años después serviría para explicar su talento deportivo–.

En ese entonces, vivía cerca del Baby Fútbol. Esta proximidad geográfica quizás fue uno de los factores que lo impulsó a ir en busca de su sueño: ser jugador de fútbol, lucir la camiseta del Baby de Freyre, jugar de mediocampista como Claudio Marangoni (nombre emblema de esta posición en el campo de juego). Hernán soñaba con ordenar su equipo en el campo de juego, arengar a sus compañeros, respetar a los rivales y ser respetado. Tiempo después ¡lo cumplió todo! Sí, todo. Pero profundicemos por su andar deportivo, con un criterio cronológico. La primera tarde que Hernán conoció el predio del Baby Fútbol, se agarró al tejido (que era bajito en ese momento) y ensayó una sonrisa esperanzadora, como sabiendo que ese instante era el punto de partida de un camino largo repleto de amigos, pelotas, desafíos y satisfacciones. Su mirada, aquel día, era la de alguien que sabía que ese sitio le reportaría momentos magnéticos.

Cuando ingresó formalmente al Baby Fútbol, el profe Jorge Giacomino rápidamente le vio condiciones para encomendarle el mediocampo y el liderazgo del equipo. Esta posición le sentaba bien tanto a él como al equipo. Era un 5 creativo, generador de juego, recuperaba pelotas, la trataba muy bien con ambos pies, asistía con precisión a sus compañeros, y trababa pelotas con ímpetu y cierta obstinación. Sabía imponerse con su físico sin recurrir a faltas ni golpes. Pateaba fuerte. Error; muy fuerte. Estás virtudes le fueron reconocidas cuando “El Profe” lo designó capitán del equipo. A partir de ese momento, una cinta con la letra “C”, rodeó sus bíceps y tríceps de su brazo izquierdo, en todas las divisiones del Baby Fútbol. “El Cabeza”, como lo apodan hasta el día de hoy, era el jugador que todos esperábamos que llegara a primera (permiso, me incluyo).

En un partido intenso que disputó el Departamento Municipal de Deportes de Freyre, de visitante contra Don Orione –equipo de la ciudad de San Francisco, estrella de la clase 1980–el Profe planteó un esquema táctico que dejó atónitos a los rivales y al público. Lo ensayó durante dos semanas. Consistía en replegar su equipo detrás del mediocampo, cediéndole la tenencia de la pelota a Don Orione. Pero cuando el balón pasaba la mitad de la cancha, Hernán y sus compañeros salían sin vacilar a toda velocidad, como perros de caza. Anticipaban a sus respectivas marcas con la ligereza de un rayo y emprendían el contragolpe con convicción. Fue un partido no apto para cardíacos, extremadamente reñido, principalmente en el medio del campo. Hubo algunos lujos, pero prevalecieron los roces. La imposibilidad de marcar un gol en el arco de Freyre, pronto se tradujo en ansiedad e impotencia en Don Orione. El protagonista indiscutido de este partido fue Hernán. No perdió una pelota dividida, corrió la cancha en sentido horizontal y vertical, hizo cumplir a rajatablas el plan del Profe Giacomino, planchó el partido cuando debió hacerlo y dinamizó los pases cuando la situación lo ameritaba. Se escuchaba el chasquido de la suela de sus botines sobre el césped. Salía rápido del fondo con la pelota al ras del piso. Jugó todo el partido a dos toques, requisito necesario para generar sorpresa en el rival. Tiró un caño perfecto que dejó mano a mano a un compañero con el arquero y la jugada finalizó con un pelotazo que voló con efecto y se estrelló contra el travesaño, despertando un “¡Uuuhhhh!” colectivo, que invitó a ilusionarse hasta a los más pesimistas. El técnico de Don Orione, exhaló fuerte, mientras entrelazaba los dedos de su mano izquierda con los dedos de su mano derecha, como rezando con disimulo, mientras un coro desparejo de gritos mezclados con aplausos, copaba la atmósfera.

Afuera de la cancha, bajo la sombra de un pequeño arbolito deshojado, dos señores de entre cincuenta y sesenta años, se quedaron comentando sorprendidos, lo extraño que les resultaba el hecho de que todavía Hernán no hubiera sido convocado para integrar algún seleccionado. A este deseo, sólo le faltaba tiempo… Ese partido finalizó en empate, pero con perfume a triunfo para Freyre, que había tenido en vilo durante 40 minutos –duración de los partidos de primera y segunda división del Baby de entonces– al mejor equipo de la Liga, al que muchos consideraban invencible. Hérnán esa tarde la descosió. Fue ovacionado por todos los presentes. Cuando el árbitro marcó el final del cotejo, el profe lo encaró y se fundieron en un eterno abrazo, que ambos guardan en su memoria con candados. Es que “El Cabeza” había jugado un partido formidable, parecía de otro planeta. Fue una máquina de quitar y jugar. Estaba viviendo –quizás sin saberlo– unos segundos dignos de ser enmarcados. Esa tarde se ganó los aplausos y el respeto de todos. Esa jornada de sol sería la catapulta que lo llevaría a vivir instantes sublimes que llegarían a su vida en dosis semanales.

Hernán, contó con el apoyo incondicional de sus padres y sus hermanas. Su familia es testigo que su vínculo con el fútbol no se limitaba a los partidos que él disputaba. Era posible verlo caminar por la calle, o en las plazas, con la mano derecha en alto sosteniendo una radio minúscula –como quien sostiene un ramo de flores– escuchando absolutamente todos los partidos de Boca.

Al finalizar un campeonato del Baby Fútbol, las autoridades le otorgaron el premio más importante que pude recibir un deportista: la distinción de “Jugador más Caballeresco”. Esta condecoración graduó al gran deportista, de excelente persona. Hernán fue un adelantado. En tiempos en los que ni se hablaba de "Fair Play", su conducta deportiva despertó admiración en los dirigentes deportivos, árbitros y entrenadores de la zona. El Cabeza, además de jugar todos los sábados en la Liga de Baby Fútbol, los domingos jugaba para Barrio Centro, en el campeonato de Fútbol Barrial infantil que se jugaba en Freyre en la década de 1990. Su entrenador era Jorge Boero y el ayudante de campo era Cristian Peralta. En esos torneos, Hernán levantó muchos trofeos. Se jugaba en canchas de 9 jugadores. Hernán era el dueño del centro de la cancha; era el nexo perfecto entre la defensa y los delanteros. También pateaba los tiros libres que quedaban cómodos para su perfil -es diestro- e iba a cabecear en los corners.

Es preciso añadir que sus habilidades deportivas y personales lo hicieron ser convocado para integrar seleccionados de la Liga de Baby Fútbol. Cuando Hernán, por razones de edad, terminó el Baby y la Liga de Barrios, ingresó en la pre-juvenil de las inferiores del 9 de Julio de Freyre. Maciel Vottero y Germán Baldo fueron sus entrenadores en esta etapa. Su desempeño seguía en ascenso, hasta que el teléfono fijo de su casa sonó. El llamado provenía de Rosario, puntualmente del Club y Escuela deportiva Renato Cesarini, semillero de donde surgieron jugadores como Martín Demichelis, Javier Mascherano, Santiago Solari, y Fabián Cubero.

“El Cabeza Ferrero llevó el arte de sus pies a la tierra de Alberto Olmedo, Juan Carlos Baglietto y el Negro Fontanarrosa”, cuenta con orgullo un freyrense de cuarenta años, en una mesa de un bar local en la que los recuerdos de los deportistas talentosos de la localidad, coparon la agenda del día.

Después de un tiempo de defender los colores de Renato Cesarini, por razones personales Hernán decidió abandonar la ciudad donde yace el Monumento Histórico Nacional a la Bandera (de la República Argentina), y regresar a su querido Freyre. Pronto se puso la camiseta del 9 y jugó en primera. Se ganó la titularidad. Estaba afinado, rápido, preciso con los pases, firme. La seguridad que transmitía su presencia en el campo de juego, aventaba todo nerviosismo de sus compañeros. Tenía un estilo de juego similar al de Fernando Redondo, el mediocampista que brilló en el Real Madrid y en la Selección Argentina. Hernán era un jugador diestro con habilidades que habitualmente poseen los zurdos. Pero en uno de sus mejores momentos, un dolor comenzó a agobiar a su rodilla derecha. Hernán le presentó más de un centenar de batallas, hasta que un día un sonido inusual de su rótula, le indicó que debía parar. Ese día tuvo abandonar el partido en el primer tiempo. Cuando sintió el dolor, frunció el entrecejo y cayó al piso. Se levantó gruñendo y con lágrimas en los ojos. Con la mirada clavada en el césped, se bajó las medias y caminó despacito hasta el vestuario, ayudado por el preparador físico, que ensayaba frases para levantarle el ánimo. Al día siguiente, con la mente en frío, Hernán decidió priorizar su salud y colgó los botines. El fútbol y él vivieron un duelo. Fue un proceso complejo que El Cabeza supo gambetear con la misma elegancia con la que eludía a sus antiguos rivales.

Cuando su decisión de alejarse de las canchas se hizo pública, los amantes de la redonda hicieron un breve silencio, seguido de lamentos –que incluyeron insultos contra el destino– por el infortunio que vivía (para quien escribe esta nota) uno de los jugadores más completos que germinaron del suelo freyrense. Nicolás Maquiavelo en su obra El Príncipe, plantea que la virtud y la fortuna (entendida como suerte) son factores determinantes –en igualdad de importancia– para hallar el éxito, en términos de poder. Si trasladamos estos conceptos a la esfera deportiva, puede afirmarse que a Hernán tal vez le faltó una pizca de suerte, porque virtudes le sobraron.

¡Felicitaciones HERNÁN FERRERO por ser un caballero en un universo donde esta cualidad no abunda! Gracias por implementar valores en el deporte que sirven para indicarles el rumbo correcto a los que vienen. Tu nombre se hospeda en el Museo Virtual del Deporte de Freyre para construir futuro, observando una noble porción del pasado.

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