Osvaldo Abraham - "Bochas turcas"

Su historia

Esta es la historia de un freyrense que nunca se vanaglorió por su importante trayectoria como dirigente en el universo deportivo pero que, sin dudas, ha dejado su sello en el querido Bochas Club y en todos los que practican y aman el legendario deporte llamado “bochas”.

En una localidad situada al noreste de la Provincia de Córdoba, a principios del mes de mayo –exactamente el día 2– de 1949, nació Osvaldo Juan Abraham. Tras el segundo llanto, sus familiares lo apodaron “el turquito”. Cuando pasaron los años, se convirtió en el popular Turco Abraham.

Osvaldo se casó el 5 de mayo de 1974 con Estela Castellino, con quien comparte sus días desde entonces. Tuvieron dos hijos: Sergio y Jimena. Osvaldo hace más de tres décadas que juega a las bochas y que invierte tiempo y esfuerzo para posicionar este deporte en Freyre y en la zona. Desarrolla esta actividad con una concentración similar a la de un equilibrista cuando camina por la cuerda floja.

Merced a esta práctica, Osvaldo conoció diversos localidades y clubes. Participó de eventos deportivos, charlas, comidas, homenajes y se ganó la amistad de cientos de personas. Cumplió diversos roles en el mundo de las bochas. Fue y es jugador, pero también fue presidente en el período 1989-2013 del Freyre Bochas Club. Luego le pasó la posta a Iván Roldán, quien continuó su trabajo para que la institución siga creciendo día tras día. El Turco Abraham –como lo llaman en el Club– también integró la Comisión del “Bochas Porteña”, ente que regula a la institución de Freyre. Como deportista es considerado por sus pares, como un muy buen puntero, y todos enfatizan que es un excelente dirigente. Su labor por el club lo hizo merecedor del respeto de sus compañeros y de personas que residen en otras localidades. Cuentan sus amigos que en todos los clubes donde se celebran torneos, siempre preguntan por el Turco de Freyre.

Como todos los deportistas, Osvaldo Abraham tuvo buenas y malas épocas. Cuando los resultados no se daban acorde a lo esperado, el Turco apretaba los dientes y miraba el piso buscando respuestas que no hallaba. Siempre alguno se acercaba y le daba palmaditas en la espalda y le decía “¿qué se le va a hacer, Turquito? Ya vendrán épocas mejores”. Las palabras buscaban contrarrestar la indignación que exhibía la mirada de Osvaldo. Como la racha negativa no cedía y se le hacía insoportable, un día, el Turco tomó una decisión que generó asombro en los que lo acompañaban y que hoy despierta carcajadas y misterios. El episodio aconteció un domingo cuando volvía de un torneo de bochas celebrado en Morteros. El Turco, venía un tanto triste y melancólico porque los resultados no lo acompañaban. No estaba pudiendo ganar ningún premio. Sus amigos relatan que Osvaldo se sentía como si estuviera en un callejón sin salida o en una calle muy empinada, y cuesta arriba. Esa tarde que el Turco frotó la lámpara, lo acompañaban Elder Rivoira y Francisco Sada, testigos privilegiados de lo que contaré a continuación. En la ruta provincial 1, que une Porteña y Freyre, Osvaldo miraba la banquina como un halcón busca su presa. Buscaba algo, pero los demás desconocían qué era. Mientras tanto, iba repasando mentalmente lo que iba a decir cuando encontrara lo que buscaba. De pronto, observó el santuario del Gauchito Gil, aminoró la velocidad del auto, se salió de la ruta y se detuvo en la banquina, en la sombra que brindaban los eucaliptus. Se bajó del auto, ante la mirada atónita de sus amigos que se quedaron escuchando el sonido de sus pasos. El Turco se acercó al santuario repleto de objetos rojos (color que distingue los sitios que veneran al Gauchito Gil) y se quedó en cuclillas con la vista fija en una casita de madera. Se tomó el rostro con las dos manos –señal de un ser humano plenamente agobiado–. Segundos después, con la voz entrecortada, exclamó: “¿Por qué Gauchito? ¿Qué te hicimos?”. Y agregó: “decime por favor, ¿qué pensás hacer con nosotros?”. El tono de Osvaldo era similar al tono de un niño cuando le implora un juguete a sus padres.

Diez minutos después de haber llegado, los tres bochófilos subieron al auto y se marcharon en silencio, deseando que ese hecho surtiera efecto positivo. Las horas pasaron y nadie sabe explicar racionalmente las razones, pero lo cierto es que siete días después, Osvaldo se reencontró con el triunfo deportivo. ¡Sí, el Turco volvió a obtener un premio y recuperó la alegría! Durante el torneo le agradeció con ímpetu varias veces al Gauchito Gil, mirando el cielo, y cuando finalizó uno de los combates deportivos, levantó los dos puños, dio un golpe en el suelo con su pie derecho, y dedicó una sonrisa hacia arriba, como agradeciéndole a alguien, entre aplausos entusiastas que retumbaban en el salón. Ese día, la emoción circulaba con exceso de velocidad por sus venas. Ese día los tres amigos se fundieron en un abrazo, y a los gritos le agradecieron al Gauchito Gil por haber escuchado el pedido deportivo de Osvaldo. Ese día, el Turco recobró el coraje y el entusiasmo que lo distinguen. A partir de entonces, se produjo un cambio notable: los tres deportistas recobraron sus sonrisas relucientes y la confianza que se había erosionado.

Otra anécdota tuvo lugar en un torneo celebrado en San Isidro, en la localidad de Porteña. Ese domingo, Osvaldo ganó cinco partidos, junto a Elder Rivoira y Francisco Sada y acordaron ir el fin de semana siguiente para definir el torneo. Pero al día siguiente surgió un un imprevisto: el Turco se despertó enfermo. La fiebre le pegó un derechazo en la mandíbula y lo tiró a la cama. Este estado de salud le impedía entrenar. Su ansiedad e impotencia crecían por que se avecinaba el día del partido y la fiebre no lo abandonaba. Ante esta situación, el jueves no aguantó más, tomó el teléfono y llamó a sus amigos. Les dijo que seguía mal y que busquen a otro jugador en su lugar, porque él no podría jugar. Sus compañeros se negaron rotundamente: “No Turco, no vamos a buscar a otro; vamos a terminar los mismos que empezamos”. Cuando terminó la conversación, el Turco, volvió a la cama, y siguió haciendo reposo. El sábado llegó y Osvaldo se lamentaba porque aún no se sentía bien y en esas condiciones no podía asistir al evento deportivo. Pero en ese preciso instante, sus amigos golpearon la puerta de su casa y sin esperar su consentimiento, lo sacaron de la cama, lo subieron al auto y lo llevaron a definir el partido que había quedado pendiente. Vale aclarar, que el “Turco” no opuso la más mínima resistencia porque deseaba jugar ese partido como un futbolista ansía jugar un superclásico River-Boca. Dicen los que lo vieron jugar ese partido, que se quejaba del frío que recorría su cuerpo (por la fiebre) pero que estaba inspirado y preciso como pocas veces. En esa heroica jornada, los freyrenses no sólo ganaron el premio, sino también una copa Challeger, tan grande, que no entraba en el auto. Todos los que presenciaron ese partido, almacenan en su memoria una imagen congelada, que ilustra la alegría del Turco cuando culminó este partido.

Una canción del brasilero Roberto Carlos expresa: “Yo quiero tener un millón de amigos…”. Osvaldo “El Turco” Abraham es la personificación de esa bella letra. Su desempeño como dirigente y como jugador de bochas, hicieron que el deporte le obsequiara muchos amigos que lo aprecian y respetan. Algunos de ellos –sólo por citar algunos–, son: Elder Rivoira, Francisco Sada, Alcidez Bonivardo, Gabriel Tessio, Nelson Gonella, Hugo Cabral, Iván Roldán, Eliberto Manassero, Elseo Gribaudo y un etcétera extenso como la cordillera de los Andes. Por lo expresado, tal vez redunde aclarar que la combinación “familia, bochas y amigos” es insuperable para Osvaldo. Un amigo lo sintetizó de este modo: “el Turco y las bochas caminan a la par, con los mágicos momentos compartidos alumbrando el camino”. Gracias OSVALDO “TURCO” ABRAHAM por tu labor constante para que las bochas, cada día, estén un peldaño más arriba como deporte y sean un innegable punto de encuentro social.

La realidad es la mejor evidencia del trabajo realizado. Por lo expuesto, corresponde decir "gracias" por haber abierto nuevas puertas y por marcar un camino pensando en los que vendrán. Tu nombre ya reside en el Museo Virtual del Deporte de Freyre. ¡Felicitaciones!

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