Su historia
Este es un pequeño retrato escrito de un freyrense que disfrutaba haciendo bromas con sus piernas y sus pies, y que cuando estaba cerca del gol, solía retroceder para extender el placer del público. Dejaba a los rivales apilados en un rincón de la cancha, junto al banderín del corner, como si estuvieran en penitencia.
El protagonista de esta historia y el propietario de las virtudes deportivas que explicitaré, es Cristian Castro, alias Kini. Nació el 20 mayo de 1970 en Freyre. Sus padres, Dalcio Castro y Mirian Ponsetti, cuentan que el vínculo de su hijo con la pelota de fútbol fue estrecho e intenso desde que el pequeño dio sus primeros pasos. Poco a poco fue demostrando sus destrezas con ambas piernas y su habilidad para escapar intacto –con la pelota dominada– de un mar de piernas que lo rodeaban conformando una cárcel de máxima seguridad. Un verdadero escapista forjado en el mundo del deporte.
Sus primeros trotes con una camiseta de un equipo formal de fútbol, los dio de la mano del profesor Jorge Giacomino. Fue en el Baby Fútbol, a los 8 años de edad. Durante los 4 años que el Kini jugó en el Baby, dos veces salió campeón y dos veces subcampeón. Esa fase de su vida la recuerda como una gran etapa repleta de alegría, amigos y vivencias inolvidables. En su mente y en sus pies quedó grabada toda la jugada de un partido, en el que hizo un gol de media cancha. Esa tarde, con el empate Freyre era campeón, pero lamentablemente el destino inclinó la cancha y terminó perdiendo 2 a 1. El triunfo se esfumó como agua entre los dedos, pero el deporte siempre da revancha.
Lo que llamaba la atención de propios y extraños, independientemente de los resultados deportivos, era el gran control de pelota que tenía este pequeño deportista freyrense –habilidad que fue potenciando con el paso de los años–. Era posible ver cómo Cristian le silbaba a la pelota, en pleno partido, y como ella iba a su encuentro como un perro alegre. Los rivales se iban al vestuario arrastrando los pies, con la cabeza entre las manos, totalmente desolados. Es que el Kini no se dejaba quitar la pelota, era como un niño defendiendo su mascota, y la pelota y él, cometían travesuras que hacían estallar en aplausos, carcajadas y rostros asombrados.
Durante muchos años jugó en la reserva y en la primera división del Club Atlético 9 de Julio Olímpico de Freyre. Con la camiseta celeste y blanca, salió subcampeón con reserva y subcampeón con primera.
Este acróbata del fútbol, expresa –con un poco de bronca procesada– que no tuvo la suerte de salir campeón en primera con la camiseta del 9. Confiesa que esto le hubiera encantado, pero las cosas no siempre se dan como uno las desea o imagina. Se desempeñaba en el medio de la cancha. Jugó en todos los puestos en ese rincón del campo, por donde circula la pelota con mayor asiduidad. Pero se sentía más cómodo jugando como volante por izquierda o enganche, por la libertad y vista panorámica que allí experimentaba. Desde esa porción de la cancha lanzaba sus flechas envenenadas que complicaban la existencia de los defensores rivales. Era un creativo nato. No obstante, confiesa que si volviera a nacer le gustaría jugar de 5, para tener aún más contacto con la pelota. Sabía cambiar de frente y cambiaba de ritmo. Pasaba de trote cansino al ciclón imparable, con lujos que ridiculizaban a los centrales y laterales más sólidos. Su laboratorio futbolístico sólo requería la extensión de una baldosa.
En los partidos más caldeados, sobraban piernas que querían arrancarlo del fútbol, pero no podían, porque era la pelota la que se negaba a desprenderse de él. Cuando los periodistas le preguntaban cúal era su secreto para apilar rivales, señalando la pelota el Kini, expresaba: “es mérito de ella; la que corre y se mueve mucho, es ella”. Cristian Castro siempre conservó importantes cuotas de timidez. Después de convertir un gol o de hacer que los adversarios, el árbitro y el público, balancearan la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, y quedaran hiptonizados, caminaba unos segundos en silencio mirando el suelo, en cámara lenta, hacia el centro de la cancha, como pidiendo disculpas por alterar el orden con su arte.
Siempre buscaba el arco y el área rival, como si tuviera una brújula en los botines que ordenaba esa dirección. Esto generó que le hicieran cientos de faltas en la orilla de la 18. Cuando esto acontencía, era frecuente ver levantamientos de jugadores dentro del campo de juego rodeando al árbitro y reclamando –con exclamaciones que no reflejaban afecto– mientras una atmósfera impregnada de un intenso olor a pólvora, sobrevolaba el campo de juego. Varios de esos tiros libres terminaron en gol, algunos se estrellaron en la barrera y unos pocos, fueron cañonazos que se perdieron entre las nubes.
Edgardo Comoglio, que fue compañero de equipo de Cristian, lo definió así: “El Kini siempre sacaba un caño, un taco o un lujo de la galera, que despertaba sorpresa en todos y rabia en los rivales” Para los periodistas de la zona, fue el autor intelectual y material de pases decisivos, que le valieron aplausos colectivos.
En reserva el equipo que integró el Kini logró el subcampeonato, tras perder la final con Devoto. En ese momento estaba permitido poner en cancha, 3 jugadores de primera división en reserva. El técnico era Raúl Delgado, de quien, Cristian resalta la visión adelantada que tenía del fútbol. Raúl consideraba que la reserva era una categoría para formar jugadores, no para buscar alocadamente resultados. Esto le hizo ganarse la confianza y admiración de Cristian, ya que era un gesto poco habitual para la época. El equipo más armónico que integró Cristian, según sus propias palabras, fue el comandado por Raúl.
De primera división –el escapista serial de mil callejones sin salida que le edificaban en la cancha para intentar detenerlo–, recuerda las virtudes de dos entrenadores, en especial. Uno es Daniel Alberto, de quien el Kini comenta que lograba transmitir, con humildad y precisión, conocimientos repletos de experiencias que delataban su trayectoria en el fútbol de alta competencia. De Alberto, dice haber adquirido herramientas para moverse dentro y fuera de la cancha. Recuerda, con cierta nostalgia, un partido en La Francia, en el que Daniel Alberto era entrenador del 9 de Freyre. Esa tarde si el 9 ganaba (y se daba otro resultado) se coronaba campeón. Lamentablemente, no pudo ser. Perdió 1 a 0 y todo el plantel debió saborear un trago amargo, pero esto no empañó el reconocimiento a la labor de su director técnico ni la campaña que habían logrado con mucho esfuerzo.
El otro entrenador a quien respeta profundamente es Frank Darío Kudelka, por sus extraordinarias ganas de trabajar y por su visión vanguardista del fútbol, en tiempos donde pocos hablaban de los conceptos modernos que él ya implementaba. El Kini recuerda cómo Kudelka planificaba muchos entrenamientos con pelota, lo que hacía más dinámicos y divertidos las prácticas. Frank Darío Kudelka apostaba fuerte a los jóvenes, un valor diferencial para esos años del fútbol regional.
El Kini también distingue a dos jugadores de Freyre, por sus aptitudes y actitudes. Uno es el Tati Fernández, a quien admiraba porque jugaba sin canilleras, sin vendas, corría veloz como un atleta olímpico, y destilaba buena onda todo el tiempo. El otro, a quien rescata como ejemplo para los jóvenes, es Marcelino Galoppo, con quien compartió equipo en su infancia. Recuerda que durante un partido, cuando Marcelino era arquero suplente de Ricardo Arias, Gustavo Arrieta que jugaba de 2, quedó inhabilitado para jugar porque se había pasado de altura (esta era una regla del Baby Fútbol de entonces). Para suplir esa baja, el técnico decidió que Marcelino ocupara su puesto. Lo hizo muy bien, recuerda Cristian. Lo vieron jugar los entrenadores de Racing de Córdoba (rival de Freyre esa noche) y lo convocaron. Fruto de mucho esfuerzo y dedicación, posteriormente logró hacerse un lugar en el fútbol profesional de la Argentina y Escocia.
El gol más importante que recuerda el Kini, no lo hizo él, pero le quedó tallado en sus retinas, porque fue una jugada para enmarcar, una de esas que sólo suelen verse en la play station. Fue en la cancha de Juniors de Suardi. Cristian desbordó por izquierda “de rabona” –tras dejar un mar de piernas enredadas y tendidas en el césped– y su compañero saltó en el área, quedó un instante suspendido en el aire, y de cabeza mandó la pelota al fondo de la red. El arquero indignado, buscó la pelota adentro del arco y la pateó con furia varias veces contra la red. Fue un verdadero golazo, una pieza artística del fútbol regional, para ver ciento de veces, sin cansarse.
Hubo un partido, también, a mediados de la década de 1990, en Freyre, en el que el Kini hizo una escultura con sus pies. Fue contra Centro Social y Deportivo Brinkmann. Durmió una pelota con el botín derecho, giró, tiró un autopase (la pelota fue por la derecha y él por la izquierda de su rival) y escapó de la marca. De memoria se la dejó en la zurda mágica del Tito Girón, quien se la devolvió con precisión quirúrgica en la media luna del área. El Kini la bajó con el pecho, y sin dejarla caer, le metió un zapatazo al ángulo. El arquero ni la vio. Ese grito del gol, retumbó en Rafaela. Fue como un símbolo de resurrección de Freyre. Esa tarde, el Kini, en términos futbolísticos, se asemejó a Garrincha, el extraordinario jugador brasilero considerado un lírico del fútbol mundial. Madrugó todo el partido a la defensa y les obsequió ese placer único que emana de una pelota bien tratada, a todas las personas presentes.
Como hincha, Cristian es fanático de River. Sus ídolos deportivos son Ariel Ortega, portador de una gambeta única que podía hacer descaderar a sus rivales, y Enzo Francescoli, conocido también como “El Príncipe”, por ser considerado un Señor, dentro y fuera de la cancha.
El 9 de Julio de Freyre es el club al que el Kini le agradece eternamente por haberle abierto las puertas para poder representar a su localidad con los colores patrios. Comparte convencido la expresión de Eduardo Galeano sobre lo que significan estos sitios para la gente: “El club es la única cédula de identidad en la que el hincha cree”.
El volante del 9 de Freyre que motivó esta nota y divirtió a miles de freyrenses con las piruetas que hizo con sus botines, agradecido y emocionado, remarca que sus padres no dejaron de asistir ni un sábado al Baby Fútbol cuando él jugaba, enfatizando en la importancia del acompañamiento familiar en esa etapa de la vida de un niño. Su padre también estuvo cada domingo, por más que lloviera o tronara, firme como un granadero, esperando que el silbato del árbitro indicara el comienzo del partido del 9 de Freyre, en reserva y en primera. El Kini, en silencio, veía y valoraba todos estos gestos. Y también le agradece a Sandra, su esposa, que lo acompañó y alentó durante todo el ciclo con la camiseta del 9.