Su historia
El fútbol suele ser un espejo de la sociedad, un reflejo representativo de lo que ocurre en un país, un deporte que expresa sueños y frustraciones individuales y que produce alegrías y angustias colectivas. El fútbol es un teatro en el que los actores y el público vivencian emociones en tiempo real y en estado puro. Con el transcurrir del tiempo el juego fue mutando y cada día se volvió más técnico, más profesional, y más cercano a las reglas de mercado que a un juego propiamente dicho. Por suerte, en todo momento histórico, asoman algunas personas que se niegan a seguir patrones estandarizados y rompen con el arte de sus botines, el statu quo imperante sobre el césped. Son jugadores contracorriente, distintos, que consideran que la valentía está en arriesgar aún en los escenarios más difíciles.
Hoy nos convoca la historia de un deportista local, para quien el fútbol sin audacia no tiene razón de ser. En su época de jugador detestaba el fútbol avaro, conservador y puramente defensivo. Concebía (y aún concibe) al fútbol, como sinónimo de amistad, de diversión, de creatividad, de subversión artística, de oportunidades, de formación y aprendizaje continuo.
Jugaba de primer o segundo marcador central, y también supo desempeñarse como lateral derecho con incansable proyección. Tenía un dominio exquisito de la pelota. No necesitaba emplear la famosa “patada de ablande” para intimidar a sus rivales –ese toque rústico en los talones, tobillos y canillas, que los periodistas uruguayos suelen llamar “juego de pierna fuerte”–. Dueño de una enorme presencia en el campo de juego y de un modo de caminar singular (que distingue a los habilidosos, y que generaba dudas en los rivales). Era una mezcla de la garra de Daniel Passarella, y de la elegancia para tratar el balón que tenía Fernando Redondo. La pelota en sus pies era una ventana de aire fresco en canchas donde no abundaban las sorpresas deportivas, y una brisa de esperanza, en partidos donde todo se veía y sentía sereno, igual y quieto. El protagonista de esta historia escrita, sabía esconder la pelota con sus pies. Lo hacía a la perfección, y era un experto en exhibirla repleta de piruetas que envalentonaban a los hinchas locales. Era un ilusionista del fútbol. Y fue, en varias ocasiones, un baldazo de agua fría para sus rivales, que se agarraban la cabeza con las dos manos, tras haber sido superados por alguna maniobra lícita, de dos piernas que contribuían al espectáculo y generaban aplausos masivos y espontáneos. Se trata de un jugador que asumía el peligro de actuar con inspiración y que se dejaba llevar por la improvisación.
La persona que estoy intentando describir es Carlos Giacomino, alias “El Chino”, un jugador catalogado como un lírico, por quienes lo vieron jugar o tuvieron la dicha de jugar a su lado. Nació el 25 de octubre de 1971, en Freyre. Es hijo de Adolfo Giacomino y Genoveva Villabaso. Actualmente reside en Morteros, pero los colores de la camiseta de Freyre los lleva tatuados y los exhibe con orgullo y alegría, toda vez que se le presenta una oportunidad. El Chino ingresó al mundo del fútbol en el Baby Futbol de Freyre, de la mano del profesor Jorge Giacomino, a quien lo reconoce con estas palabras: “el Profe nos enseñó a jugar, a divertirnos con la pelota y a ser mejores personas”.
En el Baby, el Chino logró dos campeonatos (en primera división, con sus compañeros salieron campeones invictos), un subcampeonato y un cuarto puesto. Integró el primer plantel de primera división del Baby de Freyre que se consagró campeón de la Liga. Fue la clase 1971, la que consiguió este objetivo deportivo.
En su memoria atesora un gol que hizo en el Nacional de San Francisco. Freyre había clasificado, y en la nueva fase, le tocó jugar en la cancha de Sportivo Belgrano. En un partido contra Ferrocarril Oeste de Buenos Aires, el Chino (que en realidad es argentino y freyrense) se había quedado como último hombre en un corner a favor de su equipo. La pelota rechazada por un defensor del otro equipo voló a su encuentro, él la bajó con la destreza de un bailarín, la acomodó para su pie derecho, con un toquecito suave con el borde externo del pie, y le metió un cañonazo desde la mitad de la cancha que se clavó en el ángulo. Ante semejante golazo, la euforia tapó el cielo y el césped quedó nevado de papelitos. Cuando finalizó el partido, el entrenador rival, en un gesto de grandeza y de un buen educador, fue a felicitarlo por el gol que había cometido.
El Chino, a los 13 años de edad, cuando finalizó el Baby, se fue a jugar a Racing de Córdoba. Allí potenció su talento, cosechó nuevos amigos y deslumbró a propios y extraños con su juego. Resultaba novedoso -y para algunos paradójico- que un central tuviera tantos recursos técnicos para romper con elegancia los ataques de los rivales y para salir con prestancia del fondo, generando juego vistoso, efectivo y no pocas veces arrollador. En la docta, por su firmeza y disciplina en la defensa, lo apodaron “El Mariscal”, en alusión a los altos mandos militares de las antiguas milicias de Europa.
Luego de un tiempo en Córdoba, el Chino regresó a Freyre y de la mano de Frank Darío Kudelka, debutó en primera división, a los 16 años. Esto ocurrió en 1988. “Frank Darío Kudelka me enseñó a pararme en la cancha”, expresa el Chino agradecido. Y agrega, que el actual entrenador de Newell's Old Boys de Rosario, siempre que lo veía, se acercaba y le ponía una mano en el pecho y otra en la cintura para corregir su postura, y le decía que un central tiene que estar erguido, para tener presencia en la cancha. El Chino manifiesta un profundo aprecio por Frank Darío, porque siempre sintió que los cuidó mucho a él y a su hermano Miguel, y que les dio buenas oportunidades deportivas. Recuerda que pasaban horas conversando sobre fútbol. También a su mente se viene una tarde en la cancha de Tiro Federal y Deportivo de Morteros, cuando su hermano Miguel (que nos mira desde alguna estrella), estaba descosiendo la pelota con sus botines, pero a él los defensores de Tiro le estaban demoliendo las piernas a patadas. El juego bonito del Chino y la velocidad de Miguel en el ataque, era demasiado arte, y esto era difícil de digerir para los defensores de Tiro que se obstinaron en romper todo lo que podría generar aplausos y alegría. En una jugada, un lateral lo cruzó a destiempo a Miguel, y lo colgó al alambrado. El Chino recuerda el rostro de desesperación de Kudelka al ver la infracción que le cometieron a Miguel. Cuenta que Frank se acercó al técnico rival y al árbitro y les decía indignado “¡Cuidemos a los habilidosos, a los que saben jugar al fútbol, no a los que rompen los huesos!”.
Los periodistas deportivos que relataban los partidos de entonces, solían decir que los botines del Chino tenían un imán, un magnetismo nunca antes visto en los defensores de la región, un vínculo tan infrecuente como virtuoso, que se observaba en el modo en que trataba el balón y en su caminar. También expresaban que este eximio jugador freyrense parecía que le hablaba a la pelota mientras la deslizaba por el césped. Y que ella, rodaba feliz y seguía sus instrucciones totalmente convencida de estar yendo a un destino atinado.
En un partido amistoso, disputado por el 9 de Freyre –que era dirigido por Roberto Rolando–y un equipo de la Liga Cordobesa, el Chino jugó de lateral derecho, y pasó al ataque docenas de veces. Una de las tantas veces que pasó la mitad de la cancha, tiró una pared con Diego Medina, y quedó mano a mano con el arquero, en el borde del área grande. El arquero corrió hacia adelante con los brazos abiertos para achicarle el arco, y el Chino con la picardía y audacia de un actor rebelde, se la picó, y lo dejó mirando cómo la pelota ingresaba en el arco. Este golazo combinó velocidad, destreza, pausa y efectividad en una misma jugada. Hacer trucos de magias con los pies, en escasos metros y segundos, era una característica de este defensor con habilidades de los creativos más completos.
Cuando terminaba el campeonato de la Liga Norte, en algunos veranos, el Chino jugó para Iturraspe y también tuvo algunas participaciones defendiendo la camiseta de Estación Luxardo. Y, un año en el que Freyre no participó con la primera en la Liga, el Chino jugó para Zenón Pereyra, que había entrado en la “A” de la Liga Rafaelina.
Diego Armando Maradona es el jugador de fútbol más talentoso que el Chino dice haber visto. La potencia de sus piernas, la capacidad de resolver situaciones más rápido que los demás y la habilidad para ridiculizar con talento y sin violencia, a quienes le propinaron las patadas más salvajes, son virtudes que el Chino destaca del excapitán de la Selección Argentina campeona del Mundial de 1986.
Para este gran deportista freyrense, fútbol es sinónimo de amistad y este es el mayor activo que afirma haber logrado durante los kilómetros recorridos en los cientos de partidos que disputó, en diversas canchas que pisó. Reconoce con emoción que merced a las nuevas tecnologías, pudo reencontrarse con muchos exrivales y excompañeros de equipos con quienes edificaron buenos vínculos. Para el Chino, el deporte en general, es una fábrica de recuerdos memorables a los que los adultos retornan cada vez que necesitan reencontrarse con una sonrisa. Y lo considera una herramienta fundamental para el bienestar físico, mental y social de un pueblo.
Su única cuenta pendiente, afirma, es no haber estudiado. Pero aún está a tiempo de hacerlo. Porque así como su fórmula para deleitarnos con sus pies fue tomar al fútbol como un juego, como un espacio ideal para socializar y para ejercer la libertad, seguramente también podrá usar su convicción para cumplir este nuevo anhelo.