Su historia
La historia de hoy, es similar a una ficción de superación constante. Prepárense para un viaje literario por la vida de un deportista local que luchó contra fornidos rivales pero también contra fuertes viento que interceptaron su caminar. Se trata de una persona que posee un alto concepto del valor, de alguien que soñaba despierto con ser campeón y un día ese sueño vino por él. Un freyrense que sabe que el tiempo es un tesoro escondido que pocos logran hallar. Algunas veces la vida lo tiró a la lona, pero él nunca tiró la toalla. Por esta razón, finalmente pudo sonreír y levantar sus puños, dentro y fuera del ring.
Vamos a recorrer imaginariamente un contexto compuesto por guantes, cuadriláteros, bolsas, sogas, pesas, mucho entrenamiento físico, sudor y desvelos... En el mundo del boxeo existen siete golpes principales: jab, cross, direct, uppercut, swing, hook y volea. Cada pelea exige planear la estrategia, es decir, pensar y decidir cómo atacar al oponente, en qué momento, de qué forma y con qué tipo de golpe.
El protagonista que hoy nos convoca se llama Darío Damián Roldán, un ciudadano de Freyre, hincha de River, que llegó a este mundo el 4 de diciembre de 1980. Sus padres son Héctor y Natividad (nombre que recibió por haber nacido el día de Navidad). Es primo segundo de un emblema del boxeo: Juan Domingo “Martillo” Roldán, una leyenda que Freyre exhibe orgulloso ante el mundo. Darío sitúa con emoción a Martillo, como su referente. Prefiere no hablar de ídolos sino de ejemplos a seguir. En ese lugar lo ubica a Martillo, por su humildad pese a las alturas que frecuentó con sus guantes. Darío lo admira profundamente y recuerda una frase que el extraordinario boxeador dijo momentos previos a la pelea con Marvin Hagler: “A mí la plata no me moviliza ni me marea” -y luego se veían imágenes del campeón argentino andando a caballo, dándole de comer a los chanchos, conservando su simpleza-. Darío también adquirió de él, su disciplina para entrenar. Recuerda que a los once o doce años, en el campo de Martillo, jugaba, cortaba cardos, ayudaba a desmalezar, y allí lo invadió el interés por los guantes, los entrenamientos y todo lo relacionado con el boxeo.
Una mañana se despertó y advirtió que no estaba soñando, y que la película que estaba viviendo era la vida misma. Se dio cuenta que lentamente había ingresado a este deporte, y ahora no quería detenerse, ansiaba seguir descubriéndolo. Pronto vinieron los entrenamientos exhaustivos, los cuidados necesarios en la alimentación y el descanso estructurado. Esta combinación lo llevó a adquirir buenos resultados deportivos. En su currículum deportivo, como boxeador amateur, consta que Darío logró mantenerse 18 peleas sin perder y sin empatar (invicto). De las 45 veces que subió al ring a medir el talento de sus puños, ganó casi todas (sólo perdió 5 y empató 4), logrando coronarse Campeón provincial de Córdoba y también Campeón de la Provincia de Santa Fe. Esas noches la alegría desbordó su cuerpo. También participó en competencias importantes tanto en San Jorge como en la ciudad de Córdoba.
Un año antes de ser campeón, en un entrenamiento preguntó cuánto le faltaba para llegar al nivel óptimo que buscaba. Su entrenador le respondió que sólo le faltaba un poquito así, pegando casi las yemas de los dedos pulgar e índice.
Dentro de sus logros, hay uno que es del ámbito educativo, que merece ser aplaudido también. Darío tuvo que abandonar la secundaria, pero muchos años después la vida le dio revancha y él la aprovechó. En medio de un momento difícil que atravesaba, ocupó su cabeza con libros y finalizó sus estudios secundarios en la ciudad de Córdoba. Hoy toda vez que charla con niños, adolescentes y adultos les remarca la importancia de estudiar y de practicar deporte.
Como boxeador profesional, Darío Roldán subió al cuadrilátero 10 veces (ganó 6 peleas, perdió 2 y empató 2). Actualmente sigue ligado al boxeo y al deporte en general. No le gusta estar quieto; ejercita algunos golpes con alumnos, entrena boxeo todos los días y sale a trotar.
En 2016 se recibió de Técnico Nacional de Boxeo. Hoy dirige la Escuela Municipal de Boxeo de Freyre, con el apoyo de la Dirección de Deportes del Gobierno de Freyre, encabezada por el Profesor Gastón Fraire. Este gimnasio de boxeo, lleva el nombre “Martillo Roldán”.
Darío resalta la importancia del boxeo competitivo pero enfatiza en el boxeo recreativo, porque sostiene que esta actividad contribuye a integrar a las personas, a crear buenos hábitos de vida y cuidar la salud. En este gimnasio local pasa largas jornadas, entrenando y arengando a sus alumnos. Cada día, recibe respeto, compromiso y aprecio de todas las personas que incursionan en este deporte.
Darío afirma, con satisfacción brotando de su rostro, que próximamente –cuando la pandemia deje de agobiar al mundo– Freyre tendrá nuevos púgiles peleando en distintos rincones de la Argentina. “Hay cinco o seis personas que están a punto de dar sus primeros pasos en el boxeo formal”, expresa contento. El secreto de Darío para mantenerse tranquilo en el mundo competitivo del boxeo fue “Dar el 100% de sí mismo en cada momento”, reconociendo que el 100% de cada persona es diferente al de otro ser humano, porque todos tenemos capacidades y habilidades distintas. Asevera: “dar lo mejor de uno mismo evita reproches futuros, porque por más que uno no logre ser campeón del mundo, tendrá la conciencia y el cuerpo tranquilos por haber dado lo mejor”. Pero en su vida no todo fueron triunfos y alegrías. Un mito popular sostiene que romper un espejo condena a quien lo hace, a siete años de mala suerte. Darío Roldán afirma no haber roto ninguno, y sin embargo asegura haber padecido cinco años de mala suerte que lo tiraron a la lona varias veces, con episodios de la vida que fueron ganchos fuertes a su mandíbula. No obstante, siempre se puso de pie, como lo hizo en sus peleas más reñidas en rings montados en variados lugares geográficos, con rivales difíciles, implacables, a los que dejó tendidos en el piso.
Este querido campeón de boxeo, afrontó duros momentos, pero finalmente noqueó a la adversidad. Pero no lo hizo con sus puños; lo hizo con resiliencia y actitud de vida. Pudo canalizar cada momento negativo del pasado en buenos gestos presentes para con otras personas. Escucharlo contar su historia, sin rencores y sin cuentas pendientes, emociona y despierta admiración. Es un rayo de esperanza, en un mundo donde a veces faltan luces. Darío recuerda en voz alta –con la información muy procesada y haciendo autocrítica–, que en su pleno auge boxístico cometió un error propio de la impulsividad que a veces rodea a la adolescencia. “Cuando uno es muy joven a veces se cree imbatible, y es un grave error”, dice. Cuenta que una tarde discutió con Martillo, y se fue enojado del gimnasio, pero tiempo después reflexionó, reconoció que se había equivocado, hablaron como dos personas adultas y se reencontraron.
Durante el momento de enojo, decidió entrenar solo, sin acudir a ningún gimnasio. Sufrió una fractura de maxilar y luego un bajón anímico producto de una separación con la mamá de su primera hija. Luego el destino lo tumbó nuevamente, cuando Lorena, su pareja de entonces, dejó este mundo. Afirma que ese fue el nocaut más duro que padeció. Pasaba horas y días interrogando al cielo. Su mente y su cuerpo vagaron desconcertados durante días eternos, entre recuerdos y nostalgia. Sentía que la vida era como una sombra que se acercaba en silencio y lo abofeteaba, dejándole múltiples hematomas internos, esos que no se ven pero que están ahí y duelen cuando uno los presiona. Pero un día el campeón se puso de pie nuevamente, dispuesto a presentarle batalla a todos los acontecimientos que lo requirieran, a dar todo lo mejor de sí. Salió a enfrentar a todos los fantasmas que lo agobiaban. Ganó todos los rounds. Después de un tiempo vio cómo las nubes comenzaron a correrse y el sol volvió a iluminar sus días y su vida. Le inyectó mucho optimismo a su cotidianidad, en cada gesto, en cada palabra, en cada momento deportivo o social.
Las personas más importantes en su vida son: Ludmila (su esposa), y sus hijos (Milagros, Vincente, y Juana). También menciona con emoción a sus padres, hermanos, su suegra Raquel y a los amigos que lo estuvieron en los momentos más difíciles.
También exclama su gratitud para con las personas que lo acompañaron en los comienzos de su carrera boxística: Maciel Vottero, Germán Baldo, Roberto Rittiner, Sergio Pérez. y Lorena (de quien guarda los mejores recuerdos).
Los mejores golpes de Darío son el jab de izquierda (o izquierda en punta, como también lo denominan) y el uppercut de izquierda en retroceso –con el cual ha sorprendido a varios rivales, a quienes dejó mirando el piso bien de cerca–.
La derrota deportiva más dolorosa que vivenció fue en Río Segundo. Sucedió una noche oscura y fría, cuando el freyrense que venía de ganar 19 peleas al hilo, enfrentó a Sergio Priotti, un boxeador de muy buen desempeño, campeón argentino amateur. La pelea se presentaba pareja, un poco inclinada para el lado de Darío. Hubo intercambio de golpes, mucho movimiento de piernas y cintura, y un final tan sorprendente como indignante: lo designaron ganador a Priotti. Esta era la pelea número 20, y hasta ese instante el freyrense no conocía el sabor de la derrota, mucho menos imaginó este desenlace injusto. Esa noche estaba Francisco “El chino” Mora mirando la pelea. Cuando finalizó se acercó a Darío y le preguntó por qué lloraba. Darío le expresó su indignación por lo acontecido y El Chino, con experiencia sobre su espalda, le acarició la cabeza y le dijo que se tranquilizara que había muchas de esas situaciones injustas en el deporte. También Martillo, lo calmó con sus palabras. De lo que no quedan dudas es que esa noche Darío estaba más protegido que un presidente; tenía dos acompañantes de lujo: “El Chino” Mora y “Martillo” Roldán.
A esta altura del texto, todos los lectores y lectoras saben que las adversidades y Darío se noquearon varias veces. Pero el púgil freyrense no guarda rencor por las veces que le tocó caer. Los acontecimientos difíciles que se cruzaron en su vida, no lograron agriar su carácter. Todo lo contrario, siempre se puso de pie, tomó las caídas como aprendizaje y las canalizó con gestos positivos, que revelan madurez y resiliencia, dignas de ser señaladas. Esta historia nos deja una moraleja: lo importante en la vida no es la cantidad de veces que uno caiga, sino las veces que uno se levanta. Como lo hizo Darío, el campeón que siempre volvió a ponerse pie.