Su historia
Autos en la grilla. Motores regulando. Corre el año 2009. El público se aferra al tejido y se prepara para ver la largada del TS 1800. Los pilotos esperan la luz verde del semáforo para que comience la carrera. Emiliano Urquiza está concentrado. Sus dos manos sujetan con firmeza el volante de su Ford Escort. Su vista está fija en la pista que en segundos recorrerá a toda velocidad. Una gota de sudor recorre su sien derecha – manifestación del nerviosismo y la ansiedad que impregnan los momentos previos a la largada–. Por su mente pasa una película de seis segundos con los rostros de cada uno de los miembros de su familia y de Carlos Galeasi (su preparador) y sus motoristas Rubén y Ariel Guerini.
¡Su pie derecho va y viene! El semáforo de rojo pasa a verde y la disputa comienza. Emiliano pica en punta, tras un “chapa a chapa” inicial. El motor pide más y su mente le concede el deseo. Entra al límite en cada curva y chicana del mítico autódromo de Rafaela. El freyrense se enfoca en no desperdiciar ni una milésima de segundo. Su eslogan es “velocidad máxima”. Las vueltas pasan y pasan y su concentración no disminuye. Gira levemente unos grados su cabeza hacia la izquierda y ve por su espejo retrovisor cómo el piloto que lo secunda acecha a otro veloz perseguidor. Responde acelerando más. Se escapa y aumenta unos metros la distancia con el segundo. La gente aplaude y grita cada vez que el Escort se asoma. Los miembros de su equipo levantan los dedos pulgares y asienten con sus cabezas, el auto responde perfecto y el sueño de encabezar el podio está a la vuelta de la curva. Una bandera amarilla indica la detención de un auto. Emiliano advierte el hecho, extrema los cuidados, y continúa liderando la carrera. El rugir de los motores musicaliza el ambiente. El cuerpo del piloto oriundo de Freyre acusa el cansancio, pero su corazón desafía los límites físicos. Entra a la última curva, el motor no razona, pero el piloto sí, y esto es fundamental. Emiliano clava un rebaje, el cuenta vueltas casi estalla, mantiene el control del vehículo y entra a la recta con la elegancia de una modelo de alta costura.
A lo lejos observa la bandera a cuadros que lo espera para indicarle que su sueño se cumplió. La ve cada vez más cerca. Su corazón late muy rápido, en sintonía con la velocidad de su Escort. Pasa la línea de llegada y la bandera a cuadros, se consagra campeón, se aferra al volante, piensa en su abuelo Tino, suelta el acelerador, sonríe, unas lágrimas de alegría caen de sus ojos. Levanta el brazo derecho con el puño cerrado y grita eufórico celebrando el ambicioso objetivo logrado. El auto va perdiendo velocidad hasta detenerse. Se quita el casco con las dos manos y se desmarca del cinturón de seguridad que lo protegió. Abre la puerta del auto. Se baja y corre al encuentro de su viejo, Luis. Se estrechan en un fuerte abrazo. No puede hablar de la emoción; en realidad tampoco hace falta, Emiliano ya expresó todo con su actuar deportivo. Su equipo celebra, canta, salta y ondea una bandera que dice “Freyre”. En su localidad natal, la gente prendida a los televisores, estalla de algarabía y aplaude al flamante campeón. Emiliano se convierte en un nuevo orgullo local, pero él mantiene su sencillez.
Sube al podio, descorcha el champagne –cumpliendo con el ritual del automovilismo–. El viento lleva bien alto el grito masivo “¡Dale Campeón, dale Campeón!”. Todos los pilotos aplauden al freyrense que se ganó la ovación del circuito. Sus amigos corean su nombre sin mezquinar decibeles y admiración. La alegría toma por asalto a la familia Urquiza. Los rostros de su hermana, Cintia, y de su mamá, no pueden disimular su felicidad plena. No es para menos: un sueño que se veía muy lejano, en una categoría altamente competitiva con más de 40 autos, se materializó. El campeón levanta los dos brazos, mira al público y retiene esa foto para siempre en su cabeza. Devuelve cada saludo eufórico con serena gratitud. Se acerca al auto, se apoya sobre el techo, como agradeciéndole por los kilómetros que juntos recorrieron y el grato momento que está viviendo, merced al trabajo conjunto.
El año 2009 le queda tatuado a Emiliano, como un período deportivo singularizado por grandes logros y muchas alegrías. La carrera en el autódromo de Rafaela descrita, constituye un evento grandioso en la historia automovilística de Emiliano Urquiza, un joven de Freyre que nació el 19 de febrero de 1983, alegrando las vidas de sus padres: Gloria Bortolón y Luis Urquiza. Emi, como lo llaman todos, desde muy pequeño sintió curiosidad por los motores. Por esta razón, cursó sus estudios secundarios, en la Escuela de Trabajo de San Francisco, perfilándose como un fierrero. En materia futbolística es hincha de Boca y sus grandes amores son su hija Guadalupe y toda su familia. Su máximo referente es Guillermo Ortelli, a quien lo identifica como su inspirador y su ídolo.
La idea de incursionar en el mundo del automovilismo surgió en una peña del taller de Gustavo Cravero. En ese evento estaban presentes Aníbal Trossero, Oldérico Buffón y un grupo de amigos de Freyre. Allí nació el entusiasmo que se fue intensificando hasta convertirse en una bella realidad, en las pistas.
Emiliano Urquiza dio sus primeras aceleradas oficiales en el año 1997, a los 14 años, compitiendo en karting zonal 50cc. Corrió dos años y en ambas temporadas se consagró campeón. Los fierreros advirtieron rápidamente que el joven piloto estaba para más. Emiliano acepta un desafío mayor: competir en karting 125cc libre. Participa en campeonatos zonales, provinciales y nacionales con la preparación de Miguel Ángel Tosticarelli y sale campeón en el año 2003. Después decide pasar a la categoría Fiat 600 TS con muy buenos resultados, peleando siempre la punta, con la preparación de Juan Bornia. En el año 2009 se corona campeón del TS 1800, con el Ford Escort (como detallé en el inicio de este texto). En 2010 siguió cosechando buenos resultados, pero a principios de este año fallece una persona muy querida por él, su abuelo Tino, alguien que lo acompañaba siempre en las carreras. Esto afecta su emocionalidad, como a todo ser humano. Se repone como puede de este trago amargo, recordando los buenos momentos compartidos.
En 2011, otra adversidad sacude su vida: se incendia el taller completo donde estaba su auto y otros más. El hecho se convierte en tragedia porque muere el chapista y un empleado. Fueron dos años muy tristes para este gran piloto freyrense. En 2011 no pudo correr. En 2012 y 2013 debutó con el Clío, obteniendo buenos resultados y peleando la punta. En 2016 se retira de las pistas, priorizando otras cuestiones. Pero su cuerpo le reclama volver al mundo de los motores, las banderas y el vértigo. Decide regresar. Vuelve en las últimas carreras de 2017 y se afianza en 2018. En este deporte, como en todos, el tiempo fuera de la actividad hace que los retornos sean como volver a empezar de cero, e implica mucho esfuerzo y disciplina. Emiliano evoluciona carrera tras carrera y disfruta este proceso. Su vuelta al automovilismo fue motivada por una peña organizada por la familia Maletto que le da una mano importante.
Además de encabezar podios en competencias de karting y del campeonato logrado con el Escort, Emiliano fue elegido “Deportista del año”, en el evento que organiza, año tras año, Canal 6 de Freyre.
Las derrotas más dolorosas para este gran piloto, son las fallas mecánicas, puntualmente, cuando en alguna carrera, se rompe algo y tiene que abandonar. Emiliano considera que los resultados no deben ser un obstáculo para transitar el hermoso mundo del deporte y expresa siempre que es positivo que todas las personas practiquen algún deporte, por los beneficios que genera en términos de salud y también como fuente de amistad.
Por tu trayectoria deportiva, por todas las rectas y curvas abordadas, por llevar el nombre de Freyre con responsabilidad y decoro por diversos circuitos, y por considerar al deporte como una importante herramienta social, Freyre te dice “¡gracias campeón!”. Tu firma ya está impresa en importantes autódromos y tu nombre engrandece y eleva este Museo Virtual del Deporte local. ¡Felicitaciones!