Jorge "Cabecita" Boero - "El señor fútbol"

Su historia

Hoy, el homenaje es para una persona de Freyre que es un caso singular en la historia del deporte. La persona en cuestión es una peculiar síntesis de jugador, director técnico, árbitro y dirigente deportivo. Es un personaje pintoresco y querido de Freyre, capaz de despertar emociones intensas en los vecinos. Jorge Raúl Boero, alias “Cabecita”, nació en San Francisco el 18 de octubre de 1967. Ese día, la felicidad invadió, de modo indescriptible, los rostros y el corazón de Raúl y Mirta, sus padres.

Dio sus primeros pasos en el Baby Futbol, y posteriormente empezó a jugar en el club Atlético 9 de Julio Olímpico.En su memoria atesora todos los partidos que disputó. A todos sus compañeros de los equipos que integró, les reservó un lugar especial en la zona izquierda de su tórax, justo en su corazón. Desde pibe fue muy observador. Escuchaba atentamente los relatos de los locutores de radio, y trataba de comprender el sufrimiento de los hinchas de fútbol que aman y defienden los colores de un club, simplemente porque sí. Admiraba este gesto altruista.

Usó la camiseta del “9” durante muchos años. Lució la “6”, como Daniel Pasarella. Impartía órdenes, era una marca áspera y pegajosa para cualquier delantero habilidoso; discutía los fallos de los árbitros, trababa cada pelota como si fuera la última batalla; iba al suelo con rabia, y le sobraba coraje y voluntad cuando la técnica ya no era suficiente. Nunca faltaban los gritones destemplados trepados al tejido alentando al equipo y aplaudiendo emocionados la entrega de “Cabecita”. Nunca pasó desapercibido. Su modo de jugar generó lindas discusiones en los bares; esas que se suscitan por jugadas polémicas y/o por los jugadores apasionados que juegan al límite. Todos admiraban su entrega incondicional por la camiseta. La cinta de capitán era suya, indiscutidamente suya.

Las charlas de bar, con todos sus prejuicios a cuestas, siempre tenían a la pelota como elemento superador. Discusiones por fechas de partidos y nombres de jugadores nunca faltan. ¿Quién no se ha pasado una tarde entera tratando de recordar la formación completa de un equipo que terminó tercero en un torneo hace varios años? “Cabecita”, además de jugador, también era un memorioso privilegiado. Recuerda nombres, lugares, equipos, goles y estadísticas. Describe los escenarios deportivos y enumera datos del fútbol, con la perfección de un equilibrista del Cirque du Soleil. Dueño de un lenguaje llano y preciso, y portador de gestos nobles, ha sido capaz de forjar una atmósfera mágica en todos los sitios que honró con su presencia. En su vida, hubo de todo: amistad, alegrías, esfuerzo, trabajo (¡mucho trabajo!) y tristeza. Esto confirma su condición de ser humano. Jorge Boero es todo esto.

En el mundo del futbol, vivió situaciones que parecen fábulas dignas de ser plasmadas en los cuentos del Negro Fontanarrosa. Quizás nadie le haya dedicado un espacio tan lindo a la pelota en su vida, como Jorge Boero. Un ex compañero del “9”, recuerda con emoción, un partido que jugaron en La Francia. Freyre ganaba 7 a 0, y el árbitro cobró un penal para el “9”. Todos querían patear ese penal, pero “Cabecita” se impuso como capitán, agarró la pelota y tuvo un gesto que educó a todos los presentes. Caminó hacia el arco y le habló al arquero, al oído. El guardavallas había padecido burlas del público durante todo el partido por la cantidad de goles que le habían cometido. "Cabecita”, gran observador, se solidarizó con el portero y le pidió que no se moviera. Cuando sonó el silbato, fue corriendo y le pateó el balón al medio y a las manos. Este gesto habla de la condición humana de Jorge Boero. Priorizó evitar ridiculizar a su colega deportivo, postergando el egoísmo habitual que recorre nuestra sociedad y el alto nivel de competencia que circula por los eventos deportivos del mundo. Desde este rincón del mundo, “Cabecita” tuvo un gesto que educó a los jugadores y al público. Un gesto heroico que sólo las grandes personas pueden poner en práctica y que quedó registrado en las retinas de todos.

Jorge Boero no sólo jugaba al futbol, desde niño dedicó horas y días a recolectar información sobre deporte. Era un verdadero analista del futbol. Su “software” era un cuaderno naranja, marca “Gloria”, que amaba con locura. En sus páginas blancas, anotaba –con la riguridad de un inspector de la AFIP– todos los partidos (por puntos) que se disputaban en la Liga de Baby Futbol. Con esta información armaba sus propias tablas de posiciones de las distintas categorías. Un verdadero artesano del análisis futbolístico. Un futbolero nato, un enamorado de la pelota. Cuando terminaba el fin de semana, “Cabecita” ansiaba que llegara el próximo sábado, para actualizar su envidiada “base de datos”. Esta tarea llenaba su alma de alegría y lo hacía sentir pleno. En ese hermoso cuaderno también registraba todos los nombres de los que realizaban goles. En esa época, el diario “La Voz de San Justo” publicaba los nombres de los que convertían goles en la Liga de Baby Futbol. Jorge, verificaba o refutaba la información del diario como un puntilloso investigador policial examina un hecho delictivo. Aún conserva los recortes del diario que llenaron de felicidad y luz, muchos de sus años.

Jorge Boero conoce a la perfección los distintos perfiles que habitan en el mundo de la pelota: el que llega tarde; el que falta sin avisar; el que cuenta cómo le fue con la mujer con la que salió anoche; el que se preocupa por el rival; y el obsesivo que sólo piensa en mejorar cada detalle para ganar el próximo partido. Para él, el fútbol es arte; es música para el corazón, es el teatro de los pueblos, es encuentro e integración. Valora el deporte como lugar de encuentro y considera que las viejas anécdotas de futbol son mágicas, ya que tienen el poder de lograr que los rivales de ayer converjan, al tiempo, en un cálido y respetuoso reconocimiento recíproco. El fútbol es todo esto, y “Cabecita”, disfrutó cada uno de esos aspectos.

Pero hubo otro deporte que también logró seducirlo: el ajedrez. Su hermano Hernán, recuerda entrar al dormitorio y encontrarlo sentado frente a su tablero de ajedrez, escuchando una final mundial que disputaban dos gladiadores del ajedrez. Jorge intentaba reproducir, en su tablero, cada jugada que escuchaba. Una postal hermosa que habla del afán de Jorge por aprender nuevas técnicas para mejorarse, y que Hernán nunca olvidará.

“Cabecita” fue protagonista del fútbol barrial juvenil, que se desarrolló en Freyre en los años 1990. Junto a Cristian Baudino y Gastón Ambroggio dirigían las tres categorías de Barrio Centro. Dirigió muchas finales y ganó varios campeonatos. No faltó nunca. Fue el hermano mayor de todos los pibes. Los educó bien. Supo transmitirles conceptos importantes para su vida. Nunca prometió títulos, pero sí trabajo. Y cumplió sobremanera con su palabra. A sus jugadores les perdonaba que se equivocaran, pero no que no se esforzaran. Y siempre les pedía que se divirtieran. Los obligaba a saludar a los jugadores rivales cuando terminaba el partido. ¡Hizo docencia! Y lo hizo muy bien. Fue un ajedrecista del futbol. Les daba confianza a sus jugadores, les pedía que fueran atrevidos en el juego, ya que sin atrevimiento, según su concepción, no se ganan los partidos difíciles. Les inculcaba “juego limpio” y respeto por el equipo rival. Les enseñó a ganar, pero también los educó para aceptar la derrota como caballeros del deporte. Dejó huellas en cada uno de los jugadores que lo tuvieron como director técnico. Todos lo recuerdan con aprecio, lo respetan y lo quieren mucho. Todos reconocen su trabajo y su dedicación. Varios años después de esta aventura en “Barrio Centro”, retomó la conducción técnica: asumió como DT de la categoría 1997, en el Baby. Allí, también brilló como conductor deportivo, pero sorprendió a todos con sus nobles gestos. Éstos, lo catapultaron al podio de los seres humanos, ese lugar imaginario reservado para las personas solidarias que ejercitan el “don de gente” a diario.

Los que lo conocen en profundidad, afirman que Jorge tiene un corazón “bioceánico” porque su extensión es similar a la del corredor que pasa por el territorio de la provincia de Córdoba, que une el océano Atlántico con el Pacífico. Siempre supo que nada podría suplantar el sacrificio. Lo definen como un trabajador incansable. Detesta faltar a su trabajo. No se permite reposo para una gripe porque él siempre quiere estar. Para Jorge, la palabra tiene un valor superior a cualquier documento formal vacío de sentimientos.

“Cabecita”, también abrazó el oficio de árbitro durante casi 20 años. Buscó impartir justicia deportiva en diversas canchas. Le tocaron partidos difíciles. No es fácil tomar decisiones en escenarios repletos de nerviosismo, presión y pasión, donde ambos equipos quieren ganar –muchas veces a cualquier precio–. En los partidos de futbol, hay jugadores que discuten faltan, penales, laterales y tiempo de juego. Otros simulan infracciones, y otros discuten absolutamente todo. En ese teatro de operaciones, alguien debe poner los límites para garantizar el desarrollo del juego. Ese rol lo cumplió Jorge Boero durante casi dos décadas.

En su adultez, el destino quiso que Jorge pudiera ver el fútbol desde otro ángulo. Con profunda emoción, asumió como Presidente del Baby Futbol. Esta actividad es una condecoración de honor que la vida le tenía preparada para agradecer su trabajo y su sensibilidad social. El Baby es una de las cosas más importantes de su vida, luego de su familia. Allí, pasa horas y horas buscando aspectos para mejorar para que los niños sean más felices.

Sus amigos dicen que Jorge tiene muy en claro que desembarcar en cualquier organización como un marine norteamericano puede tener réditos inmediatos, pero que todo proyecto es un proceso que requiere esfuerzo, tiempo, coherencia y dedicación. Además, siempre más temprano que tarde, la gente sabe quién es quién.

Para Jorge Boero, su cimiento fundamental es su familia. Se casó con Mónica Gribaudo, el 18 de diciembre de 1993 y tuvieron cuatro hermosos hijos: Antonella, Nicolás, Micaela y Agostina. En el seno familiar, halló sus momentos más plenos. En su hogar, la felicidad los visitó muchas veces. Pero hubo un hecho inesperado que golpeó lo más profundo de su ser. Cuando esto sucedió, el sentimiento de naufragio personal sólo encontró una playa en la calidez de los amigos, en los brazos de su familia y en el poderoso afecto del mundo del deporte. Si los “olvidos selectivos” pudieren manejarse a discreción, quizás podrían gambetearse cantidades oceánicas de angustia. Lamentablemente esta opción no está disponible en la vida real, y por tanto, Jorge –como toda persona– debió potenciar su capacidad para sobreponerse a las adversidades. Los profesionales denominan este proceso “resiliencia”. Para algunos, el silencio es el mejor lugar donde un corazón herido puede refugiarse. Para otros, el calor de los amigos y los seres queridos es un buen antídoto. La fe, también es un camino interesante; es un puente que promete un reencuentro soñado, sin fecha concreta, con los seres queridos. Cuando esto ocurra (seguro que ocurrirá, querido Jorge) cicatrizarán las heridas.

El año pasado, a una cancha del Baby se la bautizó con el nombre “Nico”, en homenaje a su amado hijo. Fue un merecido homenaje que toda la familia Boero se merecía. Quizás, el secreto de la fórmula de Jorge para dejar tantas huellas positivas en el futbol, sea simplemente amar lo que hace.

Gracias Jorge “Cabecita” Boero por tu incondicional entrega y por tu denodada dedicación. Tus pinceladas hacen que el deporte local luzca un mejor rostro. Freyre entero valora y aplaude tu aporte para nuestra localidad. Muchas gracias también a tu familia por permitirnos realizar este sentido tributo.

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