Juan Marcelo Bossana - "Lateral izquierdo con proyección"

Su historia

Escenarios y elementos: canchas de fútbol de todas las dimensiones, una pelota de cuero, botines ansiosos, canilleras con marcas, vendas, arcos, redes capaces de despertar emociones intensas, goles, patadas, triunfos, derrotas, tumultos deportivos, multitudes inolvidables, amor por el deporte y centenares de amigos. Y lo más importante: cantidades oceánicas de constancia y disciplina sobrevolando toda la historia del freyrense que hoy nos reúne. Intentaré armar, con un puñado de letras, este interesante rompecabezas, que resume la vida deportiva de Juan Marcelo Bossana. Su nombre suele resumirse –con aprecio– en cinco letras: “Chelo”. Trataré de retratar los interesantes sitios y momentos que este freyrense transitó con la pelota pegada a su botín izquierdo.

Marcelo “Chelo” Bossana, nació el 19 de enero de 1974, en Freyre, justo el año en que se celebró el mundial de fútbol en la entonces Alemania Occidental –por entonces el muro de Berlín dividía a esa ciudad europea y separaba a vastas familias y al mundo–. Pero retornemos al deporte. Haber llegado a este mundo momentos previos a que se disputara un campeonato global, para algunos era un mero dato sin sentido, pero para otros fue una señal de causalidad, que el tiempo luego confirmó. El Chelo es el segundo hijo de Carlos Bossana y Alcira Galiardi. Y tiene tres hermanos: Mauricio, Germán y Guillermo.

A muy temprana edad, el Chelo ya pateaba e intentaba pisar la pelota. Rápidamente sus progenitores advirtieron que su pierna hábil era la izquierda. Sus inicios deportivos tuvieron como escenario el predio del ferrocarril, por donde antiguamente pasaba el tren en Freyre. En ese sitio se armaban partidos épicos que culminaban con la caída absoluta del sol, cuando la oscuridad se apoderaba de la jornada, dificultando la visión de la pelota, de los arcos, de los límites de la cancha –delimitados con exactitud tras varias discusiones entre los jugadores– y de algunas trampas que si se detectaban, se perdonaban después de unos días. En este lugar magnético, el Chelo pasaba horas y horas jugando con amigos. Las pantallas y la tecnología no tenían la presencia que hoy tienen en la vida de las personas. Mejor dicho, ni existían, en los formatos actuales. Tampoco había celulares para acordar horarios y lugares. Pero la pelota tenía un poder de convocatoria extraordinario. Todos los días, a la misma hora y en el mismo lugar, la pelota empezaba a rodar. Los pibes querían estar ahí. No se registraban ausencias. Era posible observar a los que jugaban el lunes, pateando la pelota también el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo. Eso sí, a veces pateaban para el norte y en otras ocasiones para el sur, porque el soplido del viento y la iluminación de los rayos del sol beneficiaban o perjudicaban, y por tanto, se rotaba de lado para que prevaleciera la justicia durante toda la tarde. Los pequeños jugadores querían llegar temprano a esa cita deportiva porque minutos previos al partido se definían los equipos, aplicando el infalible método de selección “pan y queso”. Una vez liquidado este asunto, cada jugador defendía, por horas y con honor, el equipo para el que había queda seleccionado. Volvían a sus casas agotados, con algunos moretones en sus piernas por los roces propios de los partidos, pero felices por haber transpirado la camiseta con convicción hasta la última jugada. En este lugar mágico, el Chelo forjó su carácter, calibró sus pies y desarrolló sus habilidades deportivas y actitudinales.

A los 6 años, aproximadamente, tuvo su primer contacto con el fútbol formal. Comenzó a entrenar en el Baby Fútbol local. Lo hizo hasta los 12 años y luego se fue a jugar a las divisiones inferiores de Porteña Asociación Cultural y Deportiva, de la vecina localidad de Porteña. Allí estuvo unos pocos meses. Por entonces, el 9 de Freyre no tenía inferiores todavía. Tiempo después, el Chelo ingresó a las inferiores del Club Atlético 9 de Julio Olímpico de Freyre, su amado club. Aquí jugó hasta los 15 años de edad, cuando emigró a la ciudad de Santa Fé para jugar en el Club Atlético Unión. Esta puerta de esperanza se abrió, merced a su entrenador local Maciel Vottero, quien lo llevó a una prueba de jugadores que realizó el club “tatengue”, en Vila. Esa tarde varios adolescentes de Freyre asistieron a esa experiencia. El Chelo quedó seleccionado, razón por la cual, volvió a su casa, conversó con sus padres y días después armó su bolso y se mudó a Santa Fe. Con la camiseta roja y blanca jugó en la quinta división y en la reserva de la Liga Santafecina. Jugaba de lateral izquierdo y se proyectaba por esa franja del terreno. Era un jugador de ida y vuelta constante. También supo jugar en el mediocampo, siempre por izquierda, coordinando el tránsito del juego y articulando la defensa con los delanteros. En las canchas santafecinas, enfrentó con audacia a delanteros célebres, esos que tienen misterio en sus pies, además de destrezas que transforman en gambetas endemoniadas capaces de hacer pasar de largo (hasta el vestuario) a los defensores. Esos que dan emoción estética verlos llevar la pelota. Hubo partidos en los que el Chelo la hizo de trapo y otros en los que las cosas no le salieron como hubiera querido (como nos pasa a todos los mortales en todos los ámbitos, ¿no?). Con la quinta de Unión salió campeón en el año 1991. La final se disputó en el estadio de Unión y fue contra San Cristobal –según apunta uno de sus compañeros tatengues, Franco Chiavasa–. Esa tarde, cuando el silbato del árbitro indicó el final del partido, el freyrense el Chelo Bossana empezó a no olvidar el que, sin dudas, será para siempre uno de los períodos más felices de su vida. En Unión, el Chelo estuvo hasta los 18 o 19 años. Jugó 3 años y medio. Regresó a Freyre en 1992, en la época en la que Unión descendió y se fue a la B.

Durante su estadía en Santa Fé, anotó todo dato deportivo en un viejo cuaderno Rivadavia que cuidaba como a un tesoro. Allí registraba –con la misma convicción con la que un escritor apunta acontecimientos, colores, fechas, grafitis y rasgos de personas en una libreta– quiénes habían convertido los goles, la alineación del equipo, nombre y planteo táctico del equipo rival, virtudes de los jugadores más habilidosos para tener en cuenta, faltas cometidas, cantidad de tiros de esquina y tiros libres cerca del área, posiciones adelantadas de ambos equipos, tarjetas amarillas y expulsiones.

De su experiencia y su paso por Unión, el Chelo conserva gratos recuerdos. Allí sembró cordialidad y cosechó muchos amigos, con quienes se sigue reuniendo a comer y rememorar buenas épocas, a pesar de que hayan transcurrido tres décadas de aquellos partidos que disputaban en su juventud.

Haber jugado en los estadios de Unión y Colón, y corrido por esos confortables céspedes, son episodios dorados que Juan Marcelo Bossana conserva en su mente –y en sus pies– con distinguido afecto. En su memoria están bien presente los entrenamientos compartidos con jugadores de la talla de Nery Pumpido, Ricardo Giusti, José Luis Marzo, y Darío Cabrol. En la capital santafecina tuvo como entrenadores a Roberto Mezza, Carlos Roteta y Carlos Mazzoni. En esa época estaba Carlos Trulle, como director técnico de la primera.

El Mono Giménez, un amigo con quien el Chelo jugó 3 o 4 años en Unión, y con quien terminó la secundaria, apela a su memoria y expresa sonriendo: “Mi recuerdo con El Chelo es de cuando llegó a Santa Fe, después de una prueba futbolística de Unión. Yo ya jugaba desde hacía un tiempo. Lo vi sentado casi en el piso, era un pequeño arbusto con sus frondosos rulos”. El Mono también recuerda que le causaba gracia la tonada cordobesa del Chelo, que rápidamente hicieron una linda amistad y que había adoptado a Freyre como su segunda casa. Agrega contento: “A mis amigos y a mí nos encantaba ir a Freyre. El Chelo se desvivía por atendernos. Compartíamos asados, salidas, partidos de fútbol, íbamos a los famosos torneos de penales, bolicheada por los pueblos cercanos. El Chelo, su familia y sus amigos, fueron muy amables con nosotros. Marcelo es un tipazo, y seguramente lo seguirá siendo en el futuro”.

A los 19 años, el Chelo Bossana retornó a su pago, a su querido Freyre natal. Siguió vinculado al fútbol. Integró un equipo armado con todos jóvenes de la localidad que jugaron el Campeonato Evita en Córdoba y salieron campeones. Esto ocurrió en el año 1992. En 1993, comenzó a jugar en la primera del club 9 de Julio de nuestra loalidad. Esta camiseta la lució y defendió hasta los 34 años de edad. Hubo una derrota deportiva dolorosa que vivió que le quedó tatuada. Fue un partido en el que el 9 de Freyre perdió con La Francia 1 a 0, faltando dos fechas para terminar el torneo. Esa tarde la pelota rebotaba como bola sin manija. Freyre buscaba el empate, con talento o con garra, daba lo mismo. Promediaba el segundo tiempo, el Chelo, recostado sobre el lado izquierdo del mediocampo anunció que la pelota iba a su encuentro, moviendo levemente los hombros y afirmando sutilmente el talón derecho sobre el césped. La puso bajo su suela izquierda y metió un cambio de frente profundo que dejó al wing derecho mano a mano con el arquero de La Francia. El delantero se balanceó para los costados y pasó a toda velocidad una pierna sobre la pelota para desorientar al arquero, escogió el palo y disparó cruzado y abajo. El arquero ya vencido y desde el piso, giró su cabeza con resignación para ver el recorrido de la pelota, que rozó el palo y se fue desviada traspasando la línea de fondo, despertando un lamento colectivo en los hinchas de Freyre…

En ese entonces, el entrenador era Daniel Alberto, técnico al que el Chelo admira y de quien afirma haber aprendido muchísimo en todos los aspectos de la vida, porque le brindó al plantel, toda su experiencia como entrenador y también como futbolista. Su entorno íntimo, afirma que siempre lo recuerda a Alberto como una persona íntegra, humilde, generosa, y como un buen ejemplo a seguir.

En lo que atañe a destrezas deportivas, es justo decir que la acérrima pierna izquierda del Chelo y su más rebelde pie derecho perfeccionaron el arte de quitar pelotas a los rivales. Lo hizo con oficio, sin faltas de sicario, sin galope desequilibrado. Las escenas de su performance se repiten siempre, en la memoria de los hinchas en este orden: capturaba la pelota con la habilidad de un ladrón de cuadros, levantaba la cabeza y la lanzaba al vacío para que los delanteros tiraran la diagonal y le ganaran la espalda al marcador de punta, que quedaba desorientado y rezando para que la jugada no terminara en gol.

Al cumplir tres décadas y media de vida, el Chelo decidió apartarse de las rutinas exigentes que implica la primera división, y rumbeó para el Fútbol Senior del 9 de Freyre. En 2015, su equipo se coronó campeón de la Liga Independiente de San Francisco y en 2019 se repitió la epopeya. Hubo centros al área y pases al ras del piso que salieron de la zurda del Chelo que terminaron en festejos, aunque es obvio que en el fútbol como en el arte, no toda obra culmina con la misma inspiración con la que comienza. No obstante, esto no le quita virtud al maestro.

Como dato de color, vale aportar que el Chelo también tiene asistencia perfecta frente al televisor toda vez que juega Boca (club del que es hincha y del cual es socio). En lo personal, un referente a seguir para Chelo, es su padre, a quien extraña muchísimo. Trata de seguir las huellas que él dejó y de replicar sus buenos gestos.

Hoy con su esposa, Gabriela Godino, y sus hijas Constanza y Francesca, conforman un equipo familiar con el que salen todos los días a vivenciar la vida –permítanme la redundancia– con todo lo que esto implica. A sus hijas, Chelo les inculca el amor al Club y la importancia de la buena conducta en la práctica deportiva. Considera que es positivo que dediquen muchas horas al deporte porque es un hábito saludable y propicio para crear amistades y también porque considera que el mundo del deporte es un sitio mucho más seguro que andar en la calle sin rumbo.

El escritor Martín Caparrós, expresó: “somos una cultura que abandonó el brillo del amanecer y ganó, a cambio, las deseadas sombras de la noche”. Quizás sea así, pero también es justo decir que en Freyre, a quienes dejan huellas que ennoblecen la identidad local, se los reconoce.

Por esta razón, por el extenso camino deportivo recorrido y por la responsabilidad y constancia exhibidas en ese arduo trotar, ¡felicitaciones JUAN MARCELO “CHELO” BOSSANA por apostar al deporte y por fomentar –con el ejemplo y con buenas experiencias– el acercamiento de nuevas personas a este mundo de interacción, contención, desarrollo e integración social. Tu nombre se inscribe en el Museo Virtual del Deporte de Freyre, aumentando el capital social y deportivo de Freyre. ¡Muchas gracias!

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