Luciano "Chano" Longo - "El Jefe"

Su historia

Luciano Daniel Longo, alias “Chano”, nació el 22 de julio de 1975, en Freyre. Es hijo de Silvia Pignatta y Miguel Ángel Longo (Kiko). La vida le obsequió tres hermanas: Andrea, María Elisa y Paola. Desde pequeño siempre amó el deporte, principalmente el fútbol. Hincha de River hasta los huesos, a los seis años empezó a jugar en el Baby dirigido por el profe Jorge Giacomino y Alberto Medrano. Al verlo trotar y pararse en la cancha, rápidamente sus entrenadores, le dieron la camiseta número 5 y la cinta de capitán.

Jugó en el Baby desde pre-cebollitas hasta la primera división (13 años de edad). Recuerda que en un partido del Torneo Nacional, “El Profe” le pidió que marcara y no dejara jugar a Diego Garay –un brillante delantero que por entonces jugaba en Estrella del Sud de San Francisco y que luego llegó a jugar en Primera División en "Ñuls", Talleres, y en equipos del exterior (Francia, Ecuador y México)–. Ese duelo fue impresionante. Ese día, los pibes y los grandes que tuvieron el privilegio de ver ese partido, estaban agarrados al tejido apreciando el coraje, la garra y la pasión de “Chano”. Lo persiguió por toda la cancha con la convicción con la que un león persigue a su presa. Lo anticipó en cada pelota y no permitió que el “Chueco” Garay girara con la pelota dominada. Cabeceó, trabó, se tiró a los pies, y dio indicaciones con la seguridad propia de un jugador con experiencia mundialista. Era raro ver a un niño tan aguerrido, tan constante y tan disciplinado. Seguramente esa noche “Chano” fue la peor pesadilla del “Chueco”. Fue su sombra durante todo el partido. La gente aplaudía y ovacionaba su entrega desmedida. Sin embargo, en una de las últimas jugadas, “el Chueco”, pudo sortear la pegajosa marca, e hizo el gol del triunfo. “Chano” sufrió ese gol como una puñalada por la espalda. Pero pronto entendió que lo importante son los procesos y que ese momento sería, en breve, una linda anécdota digna de recordar. Los presentes recuerdan ese partido sin recreos mentales. Atesoran en su mente cada jugada, cada gota de sudor y todo el afecto que el capitán de Freyre depositó en su camiseta. Ese día, el público, sin vacilar y por unanimidad, le asignó al pequeño “Chano”, el apodo “El Jefe”. Su estilo de juego y su modo de relacionarse con la gente, inspiraba respeto y confianza en propios y extraños. Los que lo conocen afirmaban que soñaba y transpiraba fútbol. Por ese entonces, un periodista, después de observar y relatar un partido aguerrido, dijo sobre él: “este pibe tiene ritmo, potencia, ubicación en el campo de juego, espíritu solidario y le sobran kilos de coraje. Es un tanque con futuro. Y nunca da golpes bajos; es un caballero del deporte.” Lo pintó de cuerpo entero, con la precisión de Salvador Dalí. Lo describió con una perfección insuperable, sin saber quizás, que el viaje de “Chano”, recién comenzaba.

En 1989, junto a Ariel Cambiagno, Javier Binner y Luis Medrano fueron llevados por Gustavo Arrieta a probarse a Unión de Santa Fe, club al que veintitrés años más tarde también fuera su hijo mayor. La vieja concepción griega que sostenía que la historia era circular, pareció cumplirse en la familia Longo…

Durante el primer año, “Chano” viajaba los viernes con Guillermo Gallo, y se quedaban hasta el domingo. En el tiempo en que estuvo en Santa Fe vivió en diferentes lugares: como pupilo en la escuela “Padre Luis Monti; en la casa de Raúl Antoniazzi, Gabriel Olmedo y Fernando Esquivel –familias a las cuales consideró su segundo hogar y con las que todavía mantiene contacto– y en varios departamentos.

En 1994, jugando en la Primera División de la Liga Santafesina, salió campeón después de 15 años de que el club Unión no lograba este objetivo. En el año 1995, él y 16 chicos de inferiores, fueron convocados para hacer la pretemporada con el plantel de Primera División. Al finalizar la etapa de preparación, cambió el Director Técnico de primera y éste decidió convocar nuevos jugadores. Esta decisión no fue bien recibida por el grupo y por ello, a sus 19 años, regresó a Freyre (decisión de la cual hoy se arrepiente, ya que considera que los técnicos pasan y los jugadores quedan, y que debería haberse quedado). Pero de eso se trata la vida, de aprender de situaciones pasadas para ser una mejor versión de uno mismo, cada día. Además, siempre en perspectiva las cosas se ven más claras y mejor. No obstante, es innegable que aquella experiencia en Unión, lo hizo crecer como deportista y como ser humano.

Ese mismo año comenzó a entrenar junto a la primera división del Club Atlético 9 de Julio Olímpico, dirigido por el profesor Roberto Rolando, pero no pudo finalizar el torneo porque se rompió los meniscos. Las lesiones son la peor compañía para un deportista: generan angustia, incertidumbre y ansiedad. Pero “Chano”, le presentó batalla. En su diccionario no figuró nunca la palabra “rendirse”. Y todos sus rivales lo verificaron empíricamente.

En el año 1996 se fue a jugar a Universitario de Córdoba (Liga Cordobesa). Lo hace durante un año y medio, ya que en agosto del año siguiente regresó a Freyre. El 18 de octubre de 1997 se casa con María Laura Pastore y comienza a trabajar en la panadería familiar. En 1998 retoma su juego en el club, bajo la conducción técnica del profesor Maciel Vottero y el profesor Germán Baldo. Su resistencia física y su visión de juego, fueron un valor agregado que todos los entrenadores detectaron velozmente.

Como anécdota recuerda que el 12 de abril de ese año, precisamente un domingo que jugaban en Suardi contra Juniors, nacía su primer hijo. Como el nacimiento se demoró, él se fue a defender los colores del “9”. Mientras se calzaba la camiseta (siempre la 5) recibió un llamado que cambiaría sus planes y alegraría su vida para siempre. En la radio comentaban con incertidumbre su desaparición del campo de juego. El llanto que delató el nacimiento de su hijo, fue la ovación más linda que sus oídos escucharon.

Al año siguiente, Freyre no participó en la Liga de Fútbol Regional y por ello decidió ir a jugar a Zenón Pereyra, junto a Carlos “el chino” Giacomino y Daniel Primo. En el año 2000, regresó a Freyre e integró el plantel dirigido por Enrique Bianchotti, Guillermo Gallo y Amaral Pereyra.

En el 2001 se fue a jugar a La Milka de San Francisco, con Luis Medrano. El 26 de marzo de ese año, nació su segundo hijo, Juan Ignacio. En 2002, regresó al Club 9 de Julio. Sin embargo, las largas jornadas laborales hicieron que su cuerpo, poco a poco, le fuera pasando facturas. Las lesiones comenzaron a ser crónicas y la angustia por estas dolencias, se hizo constante. Si bien es cierto que el virus de la prisa invadió y colonizó el mundo contemporáneo, “Chano”, supo parar la pelota, mirar a los costados con la cabeza bien levantada, hacer una pausa, reflexionar y decidir su futuro. Convencido de que uno debe dejar las cosas antes que las cosas lo dejen a uno, resolvió colgar los botines. Fue una decisión difícil, pero la salud y la familia merecen prioridad. Los medios de la región siempre destacaron su responsabilidad, entrega y sacrificio por los colores del “9” y de todo plantel que integró.

Tenía un estilo similar al de Leonardo “El Negro” Astrada (un mediocampista extraordinario que jugó en River y en la Selección Nacional, en su misma posición). Su romance con el futbol no finalizó con su retiro del campo de juego. “Chano” reformuló su afecto por la pelota y emprendió un nuevo rol: lo hizo colaborando para que otros pibes pudieran practicar este hermoso deporte. Durante ocho años integró –junto a otros cuatro matrimonios– la subcomisión de divisiones inferiores del Club 9 de Julio Olímpico. Nunca abandonó su pasión por este deporte; sólo cambió su lugar en la cancha. Hoy lo hace desde afuera, desde la tribuna, apoyando, guiando y alentando a sus hijos y a los pibes que le piden consejos. Desde su experiencia, trata de explicarles que la vida del deportista no es fácil y que no siempre se dan las cosas como uno desea; que deben aprovechar cada oportunidad que se les presente porque el tren pasa pocas veces y deben subirse en el momento justo. Todos lo escuchan con atención y respeto. Sus palabras les llegan al corazón, los hace reflexionar. Les inculca que los amigos que surgen a nivel deportivo se conservan para toda la vida, y que tienen que soñar y luchar por lo que quieren. Los educa indicándoles que los rivales eventuales de hoy, serán grandes amigos mañana.

Su objetivo, como papá, es que sus hijos se diviertan practicando deporte y fundamentalmente que sean buenas personas. Desea que sus hijos sean simples, libres y que sepan disfrutar de lo que elijan hacer y ser. Su agradecimiento eterno es para todos los que lo acompañaron en su etapa de jugador (técnicos, compañeros, hinchas, familiares) pero en especial para su papá, “KIKO”, que siempre estuvo a su lado, de manera incondicional. Aún le cuesta hablar en pasado sobre su Viejo, porque para “El Jefe”, su papá sigue presente en cada rincón donde se encontró cara a cara con la felicidad.

Gracias “Chano” por tu legado inspirador para muchos pibes y por difundir la importancia de practicar deporte como método para ser mejores personas. Gracias a tu familia por permitirnos rendirte este sencillo homenaje para reconocer tu ruta vital. Esto ayuda a promover valores deportivos que contribuyen a forjar una sociedad más integrada, más cálida y más justa. ¡Felicitaciones!

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