Su historia
Comienzos del otoño de 1993; atardece lentamente. Los últimos rayos de sol del día se estrellan en los ventanales del salón del club 9 de Julio Olímpico de Freyre y llevan un poco de luz natural. En el interior, hay una cancha de vóley donde se disputa un partido femenino. La pelota, protagonista de la velada, se eleva merced al impulso de los dedos de la armadora y queda flotando en el aire. La jugadora que usa la casaca número 7, salta y con su cuerpo anuncia que va al encuentro de la redonda: acomoda los hombros, levanta su brazo derecho por encima de su cabeza y con su mano diestra golpea con firmeza la pelota, que a toda velocidad elude todos los antebrazos que intentan detenerla e impacta en el piso. El ruido del pelotazo logra captar toda la atención de los hinchas presentes. También los árbitros se miran sorprendidos –pero deben guardar sus ganas de aplaudir por una cuestión de formalidad y cumplimiento de roles–. Promedia el segundo set, y los remates de María Laura Cerutti (la jugadora que usa la “7”), permiten predecir el resultado del partido, sin margen de error. Su mano derecha “dispara” misiles tan precisos como implacables. A veces son pelotazos rectos y otras veces cruzados, pero siempre imposibles de interceptar –con éxito– para las rivales, que punto tras punto van resignándose, ante centenares de pares de ojos muy atentos, que comienzan a no olvidar el surgimiento de una deportista que paulatinamente trascendería las fronteras locales y que pondría al Vóley de Freyre en lo más alto de la Argentina. Esa tarde y sin saberlo, Lala (apodo con el que la conocen todos) comenzó a escribir su propia leyenda.
El paso del tiempo pronto confirmaría que la percepción de los presentes no falló. Los saques, bloqueos y definiciones de Lala en la red, poco a poco, y partido tras partido, fueron convirtiéndose en hilo dorado con el cual se comenzó a tejer una parte importante de la historia gloriosa del deporte de Freyre. Esta es la trayectoria de una mujer que, cada 8 de febrero da una vuelta al sol, ampliando su experiencia vital, y que, con su arte deportivo, dedicación, esfuerzo y talento, edificó inmensas alegrías en los corazones de los freyrenses.
Cuentan que Roberto Rittiner –el primer entrenador de Lala–, comprendió desde la primera vez que le lanzó una pelota, que la persona que tenía frente a sus ojos, sería una jugadora descomunal. Los años confirmaron su hipótesis. Es que Lala es como si poseyera un don especial para materializar las jugadas que los entrenadores dibujan en pizarrones.
Pero mejor dejemos que la obra hable por el maestro –o, mejor dicho, la maestra–). Permitamos que los hechos muestren el brillante camino deportivo recorrido por Lala. Hagamos juntos un recorrido cronológico por su historia deportiva: sus primeros pasos los dio en el Club 9 de Julio Olímpico de Freyre cuando aún era una niña. Luego pasó por la Alianza (San Francisco). Pronto su talento fue inocultable y esto le significó integrar la Selección de Vóley de Córdoba.También defendió las camisetas de Club Atlético General Paz Juniors de Córdoba (cuando tenía 12 años), y la de Banco Nación, también de la capital de la provincia mediterránea.
Nunca imaginó que un día el teléfono sonaría nada menos que para convocarla para integrar el equipo de la Selección femenina de vóley de la República Argentina. Ese día, la emoción se apropió de su corazón. Pero también supo de inmediato que este llamado implicaba responsabilidad proporcional a la alegría que la noticia recibida le había conferido. El sueño de la niña que abrazaba a una pelota blanca como si fuera un almohadón –se estaba cumpliendo–. Lala ya estaba en lo más alto del vóley argentino –y no sólo por sus saltos y estatura–, sino por sus múltiples habilidades y conducta. En su bolso siempre llevó con orgullo el nombre de Freyre, el pueblo que la vio ir de menor a mayor, que aplaudió su caminar por el deporte y que festejó cada uno de sus logros. La noticia retumbó bien fuerte. Los medios titulaban: “Una freyrense en la Selección Argentina”. Mientras tanto, Lala afrontaba una ardua tarea: defender los colores de la Patria ante equipos de alta competencia, de distintos rincones del mundo. A lo largo de su vida deportiva, cosechó amistades, con compañeras de equipo y también con jugadoras de equipos rivales. Jugó partidos memorables, en los que quedó exhausta pero contenta. Su performance iba en aumento cada día y la gente se lo hacía saber al finalizar cada partido. Le pedían autógrafos, pero a ella los flashes no la cambiaron. Conservó siempre su esencia, su humildad. Se concentró en el deporte. No perdió tiempo en las luces hostiles de la fama –que suelen opacar a las personas más que iluminarlas–. Su mano derecha reveló su idoneidad para liquidar partidos difíciles. Hizo latir fuerte los corazones argentinos.
Despertó admiración de estadios repletos. En las calles, en los clubes y en las plazas muchas niños y niños del país jugaban a ser ella. Simulaban sus remates, se adueñaban por un instante de su estilo. La tomaban como referente deportivo.
Lala siempre concibió al vóley como un deporte de equipo, y fue coherente con ello: pensaba colectivamente, sabiendo que cada jugadora desempeñaba un rol en la cancha, que coadyuvaría al mejor funcionamiento grupal. En su historial, hay triunfos y también derrotas, experiencias que debió aprender a manejar y aceptar como todos los deportistas. Con el vóley recorrió muchas rutas, y soñó con redes que luego traspasaría con sus dos brazos para perpetrar bloqueos perfectos que actuaron de paredones de contención. Las rivales expresaban que eludir sus brazos era una tarea más para magos que para voleibolistas.
Un día gris que vivió pero que luego la convirtió en fuente de aprendizaje, fue cuando al equipo para el que jugaba, se le esfumó entre los dedos, la chance de coronarse campeón nacional. No obstante, este episodio no opacó en absoluto la felicidad que el vóley le obsequió. El vóley fue y es uno de sus combustibles de felicidad. Con el paso del tiempo, la extraordinaria jugadora, tomó la decisión de ceder parte de su tiempo y energías al estudio. Se radicó en la ciudad de Córdoba y comenzó sus estudios en kinesiología. En "la docta", siguió practicando vóley. Integró el plantel de dos equipos cordobeses.
Hoy, toda vez que le preguntan, sigue afirmando que “Tobeto” Rittiner, es el entrenador que más la marcó; es la persona a la que más le agradece por haberla preparado para transitar un camino altamente competitivo. También está convencida de que la disciplina y el entrenamiento son las herramientas cruciales para llegar al sitio al que llegó.
Lala, además de jugadora, siempre fue hincha de la Selección femenina de vóley de la República Argentina. Conoce a varias personas del universo del vóley, de la época de cuando entrenaba con ellos. Hace un tiempo, la felicidad volvió a tocar su puerta con ímpetu. Esta vez, no fue para festejar un punto, ni para convocarla para integrar un equipo de vóley, sino para celebrar la llegada de su hijo Lautaro, a quien ama profundamente.