Alejandro Raúl Gaitán - "Botines inolvidables"

Su historia

Es domingo; son las 10 de la mañana. Corre el año 1984. Desde la calle se escucha el sonido de una radio que proviene de una casa. El volumen está alto pero le aporta buena onda al día. En el interior de la vivienda, Alejandro Raúl Gaitán, alias “Palito”, escucha LV3. Se informa sobre el acontecer del país, presta especial atención toda vez que mencionan la palabra “fútbol” y se divierte con un poco de música. Paralelamente, limpia sus botines Adidas color negro. Les pasa un cepillo noventa y nueve veces, esquivando las tres tiras blancas, para no mancharlas de negro. Mira fijo cada botín, los pone de frente y de perfil, y vuelve a repasar minuciosamente las puntas. Los lustra con sumo entusiasmo porque a la tarde lo esperan el club, la gente, las camisetas, el vestuario, los bombos, las redes de los arcos y los goles. En un bolso deportivo, pone las vendas, las canilleras, los botines –sus armas deportivas–, y una campera celeste para enfrentar el frío después del partido.

Se mira al espejo y piensa cómo festejar el gol que hará. Sabe que tendrá al menos tres chances claras de gol. Confía en sus piernas, en su velocidad y en su pie derecho. Se arenga solo para estar motivado. A las 13:30 horas sale de su casa, en bici, rumbo al Club Atlético 9 de Julio Olímpico de Freyre. En el camino la gente lo va saludando y él devuelve cada saludo con una sonrisa. Desde el bar Belgrano, se escucha un grito que sale por la ventana: “¡Vamos Raulito querido; hoy vas a hacer un golazo!”.

Raúl sigue su camino en silencio. Llega al predio del "9" y se encuentra con sus compañeros: Sergio Pérez, “Cepillo” Bianchiotti, “Tito” Girón, “Tati” Fernández, Elvio Yafar, Rubén Massa, Diego Medina y otros. Les estrecha su mano derecha a cada uno, pensando en el partido que disputarán un puñado de tiempo después. Se mantiene callado, escuchando las bromas del “Tati” Fernández y las anécdotas distorsionadas de sus compañeros para hacer más memorables ciertos momentos. No faltan las promesas de pases magistrales –que pocas veces llegan–, pero todo contribuye a forjar un buen clima de camaradería. Están jugando el Pre-Regional y hoy el 9 de Freyre enfrenta a Sportivo 9 de Julio de Río Tercero. La concurrencia de la gente sorprende a los organizadores. Hay gente de toda la zona. En las puertas de entrada al predio del club, se quedaron sin tickets y la bebida empieza a escasear en el bar. Se respira una atmósfera futbolera espesa. A puro aliento, los hinchas aguardan el ingreso del “9” de Freyre. El utilero de Freyre le indica al plantel, con señas de manos, que es hora de entrar al vestuario para vestirse con la camiseta y el pantaloncito del “9” (de Freyre). “Palito” Gaitán ingresa, se sienta en un largo banco de madera –todos los domingos que juegan de local se sienta en el mismo espacio, para respetar la cábala del equipo–. Se venda despacio; se hace un “8” entre el pie y el tobillo y se pone las canilleras celeste para soportar las patadas que vendrán de los rivales. Sabe que debe resistir dos tiempos de 45 minutos y por lo menos tres docenas de guadañazos. Sueña con los hinchas gritando su gol. Se pone las medias y las extiende por sus piernas hasta un centímetro debajo de las rodillas. Agarra con su mano derecha la camiseta albiceleste que lleva el número 11 en la espalda. La levanta con las dos manos, la mira, sonríe feliz, recuerda los lindos momentos compartidos, la besa y segundos después exhibe la 11 en su espalda y saca pecho. Complementa la escena poniéndose el pantaloncito negro y los botines brillosos, lustrados hace casi cinco horas. Se ata los cordones bien fuerte para que no se desaten en todo el partido. Está concentrado, espera ansioso el ingreso a la cancha. Sus compañeros están en la misma sintonía. En los rostros de todos se percibe la obligación de no fallarle a la gente. Los ojos de Raúl delatan que ama los colores de la camiseta que luce. El equipo va a dar todo lo que tiene porque todos tienen hambre de gloria, de reconocimiento y de triunfo. Quieren dejar sus nombres en cada centímetro del césped. Desean tatuarles el triunfo a los corazones albicelestes presentes. Pero lo que aún no sabe ninguno de los jugadores de Freyre, es que todos van a trascender la fugacidad de la jornada con un gol de Raúl que calmará la ansiedad colectiva.

Entran en calor. Raúl está 100 puntos físicamente. La rodilla que le molestaba, hoy no se queja. Trota con la cabeza bien levantada –como sólo lo hacen los jugadores distintos–. Simula saltar a cabecear y lo pelotea a “Mosquito” Massa, de pasada. Ensaya piques de 30 metros a toda velocidad. Advierte que el motor responde bien y siente que le pide más. De repente, el DT grita: “Vamos muchachos; llegó el momento; vamos a dejar nuestras marcas en la red del arco rival y nuestros nombres en la historia”. El “Tito” Girón, capitán del equipo, lo palmea a Raúl, le da esperanza, le inyecta kilos de energías con sus palabras. Raúl lo escucha atento, asiente con la cabeza, hace un último pique corto y camina rumbo a la puerta del campo de juego. El Tito le guiña el ojo al Turco Yafar y le indica que Raúl ya está programado para hacer goles. Los hinchas ven a Raúl acercarse a la puerta de la cancha y afinan sus gargantas en “Do Mayor”. Prendido al tejido, un viejito lo codea al desconocido que tiene al lado, y le dice: “¡Juega Palito Gaitán; hoy ganamos, carajo!”. Todos saben que cuando entra Raúl de arranque, el aroma a gol perfuma la cancha. Los rivales lo miran con respeto. “Palito” camina con el estilo propio de los goleadores con experiencia mundialista. Es rápido, potente, tiene resistencia y buen manejo de pelota. El silbato del árbitro indica el comienzo del partido. El rival es duro. Se presenta un partido complicado, muy trabado en la mitad de la cancha.

Raúl corre y desgasta a los defensores rivales. Los agota; va a todas las pelotas como si fuera la última. Gana, pierde y empata, pero va a todas. Está enchufado; sabe que si cansa a los defensores, éstos fallarán, y las oportunidades de gol no tardarán en llegar. Raúl tira una diagonal magistral, como un alfil en un tablero de ajedrez, arrastra las marcas y deja al Tati Fernández mano a mano con el arquero. El Tati no falla: dispara un misil tomahawk con su pie derecho y abre el marcador. Diez minutos después, el Tito Girón frota su zurda mágica y saca un pase extraordinario –al ras del piso– para Raúl que le gana la espalda al “3” rival, va hasta la línea de fondo –los defensores no lo alcanzan ni con una moto–, y desborda para que el Tati con la cabeza empuje el balón contra la red. ¡Golazo! Gol de Freyre. ¡2 a 0! La gente festeja, sobran abrazos, cánticos y aplausos. Pero en el segundo tiempo el “9” de Río Tercero descuenta y la pelota deambula todo el tiempo por el área de Freyre. La angustia se percibe en los hinchas locales. De repente, el “Turco” Yafar rechaza una pelota y Raúl la corre a toda velocidad, cuerpea al lateral izquierdo, le gana la posición y la pelota, lo encara al líbero con el balón dominado y en velocidad, lo gambetea sin dificultad y cuando le sale el arquero, amaga y define cruzado, abajo, al palo izquierdo del arquero, con la cara interna del pie derecho. La pelota besa el interior de la red, la gente se exalta hasta el delirio, sus compañeros corren a abrazarlo y Raúl no puede esconder su felicidad. “¡Golazo de Palito!”–exclama el viejito emocionado porque se cumplió su vaticinio. La ovación del público no tarda en llegar: “Olé, Olé, Olé, Olá…Raúl, Gaitán”. Con el gol de Raúl, los hinchas recuperan el ritmo cardíaco, celebran el triunfo hasta vaciar todas sus energías, y Freyre le gana la pulseada futbolística a Río Tercero. Al finalizar el combate deportivo, los hinchas de 9 triunfador –con los brazos y los trapos en alto–, no paran de cantar. Retumba una frase que se reitera sin pausa: “Raúl querido, Freyre está contigo”. El nombre del protagonista de la jornada truena en la cancha y en las radios de la zona. La gratitud de la gente alegra los oídos y el corazón de Raúl...

La película que intenté describir en los renglones previos –probablemente sin éxito–, es sólo uno de los registros del delantero que fabricó centenares de momentos deportivos notables que alegraron los domingos de los freyrenses. “Palito” Gaitán vistió los colores del “9” de Freyre y dejó huellas profundas en el club en 1983, 1984 y 1985. En el año 1986, junto a Maciel Vottero y Orlando “Tito” Girón, hizo su paso por Centro Social y Deportivo Brinkmann. Defendiendo esta camiseta los tres lograron el subcampeonato.

Pero paremos la pelota un instante y ahondemos en los orígenes de Alejandro Raúl Gaitán. Nació en Marull, el 15 de marzo de 1960. Domitila Girón y Asencio Gaitán, sus padres, lo trajeron a este mundo y fueron sus leales admiradores y también sus críticos deportivos. Diego, hijo de Raúl, recuerda una anécdota sonriendo. Cuenta que Raúl no quería que su madre (abuela de Diego) fuera a la cancha, porque cuando los defensores le pegaban a Raúl, Domitila se enojaba y quería hacer justicia por mano propia.

En el mundo del fútbol afirman que Raúl era un tipo callado, trabajador, responsable. Durante la época que jugó al fútbol y bailó a las defensas de toda la zona, trabajó en un aserradero y también como albañil. Fue un fervoroso hincha de Boca Juniors. Vivió un tiempo en Buenos Aires y durante su estadía en la Capital de la República Argentina, entrenó en las inferiores xeneizes y disputó el puesto con el “Tigre” Gareca, un brillante delantero argentino, actual entrenador de la Selección de Perú. Sin dudas, Raúl en esos tiempos, cumplió uno de sus sueños más preciados: jugar con los colores de Boca. En términos emocionales, las personas más importantes en su vida fueron sus padres y sus hijos: Diego y Verónica.

En la década de 1990, “Palito” Gaitán también dio pasos firmes como entrenador. Lo hizo como DT de Barrio Plaza y esta labor le brindó muchas satisfacciones. El equipo que dirigió salió campeón en la mayoría de las competencias en las que participó. En las fotos se percibe cuánto lo quieren y lo respetan los pibes del plantel (lo escribo en presente porque el sentimiento se mantiene). Raúl les enseñó cómo hacer goles y los preparaba para ganar, pero también los educaba para ser caballeros en la derrota. Tiempo después se desempeñó como entrenador del equipo de fútbol de A.T.I.L.R.A., donde cosechó amistad y reconocimiento.

Lamentablemente, el día 11 de mayo de 1998 un episodio inesperado tiñó de tragedia la historia de Freyre. Raúl “Palito” Gaitán padeció un accidente automovilístico y falleció. Desde entonces, nos cuida y alienta a su querido “9”, desde arriba.

Hoy, en el año del mundial de Rusia, con total respeto y con el afán de reconocer tu trayectoria en el mundo del deporte, mirando las nubes, Freyre entero te dice ¡GRACIAS RAÚL! ¡Gracias por todas las alegrías que nos brindaste con tus goles! ¡Gracias por tus gambetas y gracias por enseñarles la importancia del deporte a tantos pibes!

El nombre Alejandro Raúl Gaitán ya tiene su merecido lugar en la historia del deporte local y en el Museo Virtual del Deporte de Freyre. Gracias también a tu familia por permitirnos realizarte este humilde homenaje. ¡Abrazos al cielo!

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